Nostalgia.
El caballo
lo había dejado atado a la sombra de un arbolito, junto a la cañada que siempre
inundaba el rancho del Japones Pereira, así que, al salir del Tango Bar, agarre
calle abajo. Salude con una mano levantada a los parroquianos de Club Nacional,
algunos en la vereda preguntaron si iba a pescar, las maletas que llevaba en mi
hombro estaban redonditas y junto a ellas se delataban mi aparejo y un espinel
de chaura gruesa de 12 anzuelos. Asentí con la cabeza y seguí al tranco, me persigne
frente a San Cono, salude al Polo Pintos en la puerta del kiosco y cuando
llegaba a la escuela, siento un grito de Aloy, que desde la puerta
de su casa, en la esquina, me pedía que le trajera algunos bagres para fritar.
Cuando llegué
al campito del Japones, vi que comedido como siempre, le había echado un poco
de comida al tordillo. Ensille despacio, acomode las maletas y atrás del recado ate
con dos tientos, un rollo de lona, que siempre me sirve de cobijo, como el
rollito que llevan los vaqueros en las películas del oeste.
Enfile para la Calzada y de ahí, ya en un trote cansino, rumbo a la 56 y para arriba. Los campos estaban verdes, había pájaros de todo tipo y color, como iba tipo tropero, entre la carretera y los alambrados, de vez en cuando el tordillo se resalta cuando alguna perdiz salía revoloteando de los pastizales. En parada Sánchez, entre al boliche del Sordo, saludando, sacudí dos o tres grapas con limón, para rociar la garganta y seguí camino, al llegar al mirador de los Duro, veo a Danilo supervisando el trabajo de un alambrador que traspira con la dura faena, Danilo supervisa, de ayudar nada. Lo saludo sin desmontar y el se acerca a ofrecerme un trago de una de vino de tres litros, que tenia durmiendo a la sombra de unas chilcas.
Cuando
llegue a lo de Galengo, el boliche estaba muy bien concurrido por el peonaje de
la zona, las vueltas iban y venían, la señora del bolichero, había hecho un
guiso de capón y mostacholes que olía espectacular. Después de dos platos y ya
cayendo la noche, salí al galope para tratar de llegar al Tornero antes de la
oscuridad. En el callejón del almacén de la Ventana, donde esta el frontón de
pelota vasca, rumbee por el camino de tropas hasta las orillas del Tornero,
donde pensaba acampar por unos días.
Acordándome
de los consejos de Don Arroqui, crucé el cauce a caballo y lo primero que hice
fue tirar el espinel, así después no tenia que cruzar a pata y mojarme. Volví hasta
donde el fogón que mi familia ha usado por décadas y tendí la lona entre los árboles,
por si llovía.
Junte leña,
prendí el fuego para calentar agua y tomar unos mates, admire la luna, las estrellas,
las sombras y los sonidos del monte. Me dormí como un tronco arrullado por los
gritos de las gallinetas que abundan en el lugar.
Cuando me desperté,
estaba en mi silla reclinable, de frente a la ventana y la nieve había
blanqueado toda la ciudad de Toronto.
Mientras
preparaba un mate… se me caían las lágrimas.
El Tordillo