Y nos
fuimos de fiesta.
Un juego de
ropa extra para cada uno, las zapatillas de suela de goma y los infaltables
sombreros de paja que habíamos comprado la primera vez que fuimos al Chui. En
otro canasto mas chico, termo, mate, yerba, unas galletas de campaña, la
tablita de cortar, un cuchillo, unas piernas de chorizo casero, un pedazo de
queso del que nos regalaba Don Torredeflo y una damajuana de tres litros de
leche.
Fuera corto o largo el viaje, el canasto de la comida iba siempre, de ahí salía, en cuanto Papa paraba para echar agua al radiador o a estirar las piernas, unas cositas para picar y un montón de sorpresas, parecía el cuerno de la abundancia, hambre no pasábamos nunca.
Con todo ya
pronto, era el momento de subirse al auto, Papa revisaba el radiador, pateaba
las cuatro ruedas para ver si estaban bien de aire, limpiaba el parabrisa y
salíamos de viaje. Mi hermano decía… “Viste que suerte que tenemos, vamos en
taxímetro y no pagamos nada”.
Esta vez el
viaje era rumbo a Palermo y era en caravana. A medida que íbamos saliendo del
pueblo y antes de llegar a La Macana, se habían plegado otros coches, el tío
Ulises con su familia, el Pololo Benedetti, el Ratón Ruétalo, Cabral que vivia cerca de casa antes de llegar a la via, con sus
hijos y dos o tres autos más.
Al llegar al camino que sale para San Gerónimo, a la sombra de unos eucaliptos se hizo una parada, mientras los hombres revisaban los autos, entraron a aparecer los canastos de todos los autos, mas canastos que gente. En esos tiempos los caminos eran fieros y ya llevábamos como una hora de viaje, el viaje a Palermo duraba mas de una hora y media porque había que cuidar los autos, eran las herramientas de trabajo. Así que una paradita y una picadita no venían mal.
Cuando llegamos a lo de los Pastorini, el ambiente en el lugar era totalmente festivo y se ve que había venido gente de todos los alrededores, éramos como veinte y pico de gurises para jugar y corretear. Los grandes entre saludos, abrazos y apretones de mano se pasaron desde la mitad de la tarde hasta cuando empezó a caer el sol y empezó la fiesta, que a nosotros no nos importaba.
De los
gurises de la zona, que eran unos cuantos, nos hicimos amigos en un rato, mi
hermano Ruben, que tenia alma y edad para ser nuestro caudillo, consiguió que
los que tenían caballo, nos dejaran andar una vuelta. Algunos de los gurises de
pueblo, nunca habían subido a un caballo y no falto quien se arrugara y
enfilara como sonseando para donde estaban los padres. Los otros dábamos
vueltas y vueltas siempre acompañados por los más baquianos.
Esa noche,
ya muertos de cansancio, los mas chicos dormimos en los asientos de los autos,
afuera la fiesta seguía y nunca ni nos enteramos si nuestros padres vinieron a
dormir o no.
Apenas las
barras del alba marcaron el cielo con el brillo de un sol nuevo, ya había un
gran fogón encendido cerca de los galpones. Rodeando el fuego un montón de
gente seguía de conversa y en el medio sobre una parrilla, como para desayunar
livianito, se asaban unos cuartos de capón, chorizos de capincho y el costillar
de ternero mas grande que yo había visto.
Cuando nos
enteramos que no salíamos hacia Florida hasta entrado el atardecer, empezamos a
planear con los locatarios para salir a cazar con las ondas y que nos prestaran
una cañas de pescar para tirar unas lanceadas en unas cañadas que se veían a
poca distancia. Era un día de total libertad para la gurisada y la pensábamos
aprovechar lo mejor posible.
El mas grande de los del lugar se llamaba Pedro y fue el guía y capataz del día. Un grupo salió a cazar y otros nos quedamos a las orillas del agua. Otros dos se acercaron a la fiesta y expropiaron un cajón de Bidu, tres cervezas Norteña, unos cuantos chorizos y una parrillita para nuestro propio fuego.
Los mas
grandecitos se tomaron la cerveza y los otros el refresco, aparecieron unas
perdices cazadas a onda. Por primera y única ve en mi vida comí perdiz a la
parrilla, los chorizos y cuatro bagres grandes corrieron la misma suerte.
A la hora
de irse, nos salieron a buscar y nos encontraron a todos panza arriba durmiendo
a la sombra, cerca de la cañada. Los mas grandes, que se habían mamado con la cerveza, se llevaron
unos coscorrones, los mas chicos llenos y contentos como perro con dos colas, salimos rumbo a los autos.
A Florida se
que volvimos porque me desperté en mi cama.
El
Tordillo