Los regalos.
Desde que aprendí
a leer me enamoré de los libros, lo único que me frenaba de andar correteando
campo o chapoteando en las cañadas de los alrededores de la Cuchilla Santarcieri,
era un libro, de lo que fuera, si estaba escrito yo me lo devoraba. Ahora con setenta
largos, sigo igual, si no estoy callejeando o a monte, es porque llego a mis
manos un libro nuevo.
Bue… la historia empezó al otro día de mi cumpleaños, mi hermano Ruben y todos los gurises del barrio se juntaron para salir para La Calzada a disfrutar de la playita y algunos a estrenar hondas nuevas o recién arregladas.
Yo indeciso
entre ir o quedarme con mi libro, opte por agarrar mi sillita y mi Príncipe
Valiente y salir rumbo al rio con ellos, pero mis planes eran de sentarme bajo los sauces a leer mientras ellos hacían las de las suyas.
Entre uno
de los Garín y mi primo Carlitos, armaron una choza del tipo que veíamos en las
películas de “indios y convoys”, con los palos y ramas que deja la correntada la
hicieron preciosa.
Cuando
todos se fueron a sus andadas, yo puse mi sillita adentro de la choza y me senté
a gozar de mi libro y la frescura del lugar. Estaba en el paraíso.
Se fue
pasando la hora, entre la lectura, una banana y un pedazo de chorizo y pan que
me había llevado en la bolsita de las piedras para la honda, yo, disfrutaba la
tranquilidad que me brindaba la soledad.
De repente escucho
unos gritos y corridas, salgo a ver que pasa y era la banda de muchachos que volvían,
mi hermano me agarra de la mano y me dice que nos tenemos que ir de apuro,
se viene una tormenta machaza y tenemos que llegar a las casas antes que los relámpagos
y los truenos.
No me da
tiempo a nada ya que me lleva casi de arrastro, yo a los gritos le decía que
parara, pero el no me hacia caso y sin soltarme seguía calle arriba por Rodo.
Llovió y trono
toda la noche y el día siguiente, yo en un rincón de la cocina me arrolle
triste y pensativo, que hasta la abuela se pensaba que me había agarrado algo
por la mojadura con la que habíamos llegado ayer.
En cuanto
el tiempo mejoro, pedí permiso y salí a las carreras rumbo a la calzada…
Entre lagrimas vi que el agua de
la crecida estaba como a cien metros de La Calzada, la choza, mi sillita y El Príncipe
Valiente ya deberían estar llegando al Rio de la Plata.
El Tordillo
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