Sunday, November 29, 2020

Por el Tomas Gonzalez. Historias cortitas.

Por el Tomas Gonzalez. 

Al final del callejón donde nací, se terminaba en un alambrado y un campo con unos pocos animales, por ahí teníamos un trillo que nos llevaba hasta el chalé de los Passarella, a veces los gurises del barrio, los Garín, los Menjou, los Bruno, algún Deluca y por supuesto todos los Pintos chicos, salíamos a hacer bandidiadas para ese lado. 

Cerca de la casa de los Orlando, en el barrio Curuchet, nos metíamos a las aguas del Tomas Gonzales, que por ahí todavía eran pocas y rumbeábamos “pa’bajo”. La mayoría de nosotros teníamos algún pariente con los fondos de sus quintas para el arroyo, así que entrar a arrancar frutas de los frondosos árboles frutales ajenos, no era nada extraño. Nos llevaríamos algún rezongo, pero no más de eso. 



Así pasábamos el día entero, como piratas, siguiendo el curso cada vez mas grande del arroyo, pegándonos unas zambullidas y hasta durmiendo una siestita cerca de unos hornos de ladrillos, que creo que eran de un Pastorini. 

Nuestros padres ni se preocupaban, sabían que salíamos en manada y como manada volvíamos, cuidándonos los unos a los otros. Por la comida ni ellos ni nosotros nos preocupábamos, ya que en esos montes encontrábamos tanta cantidad de frutas que parecía que estábamos dentro del cuerno de la abundancia. 


 Algunas veces llegábamos hasta el final, la Laguna del Bote, ahí si que los mas grandes, el Tacho Menjou o uno de los Garín y mi hermano Ruben, se ponían en capitanes y apenas si nos dejaban mojarnos los pies. “Miren que el Santa Lucia está escondido ahí nomas y en cualquier momento crece” nos decía con voz de autoridad Marcos Garín, que era el más sargento de todos. 

Así, al empezar a caer el sol, cortábamos camino y volvíamos por la calle Batlle y Ordóñez y su extensión, que nos devolvía al barrio, extenuados, sucios y jediondos. Pero sanos y salvos, con la panza llena y las ganas de poder volver a la aventura en pocos días. 

El Tordillo

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