Tres días
de viaje con mi nieta Lara, a quien le gusta explorar y conocer nuevos lugares,
tanto como a mí. Hicimos unos 560 kilómetros para llegar a Haileybury un
pueblito del norte de Ontario, a orillas del lago Temiskaming. Recorrimos sus
alrededores, todo vacío y quieto, casi como visitar un lugar muy bien cuidado,
pero que en realidad es casi un pueblo fantasma, es evidente que viven del
turismo en verano e invierno, todo en base a playas, caza y pesca en verano y
bajo el hielo en invierno. Este año el Covid 19 tiene todo esto desolado.
Al otro día
comenzamos nuestra ruta hacia el sur, en Cobalt visitamos las ruinas de las
antiguas minas de plata, consideradas patrimonio nacional, donde solos y con completa
libertad, visitamos antiguos túneles, perforaciones a cielo abierto de 150 o más
metros de profundidad, ruinas de los edificios donde procesaban lo que
excavaban para extraer la plata, talleres, galpones donde dormían los mineros.
Todo esto distribuido en distintos núcleos alrededor de un lago y una colina,
con el auto nos desplazamos de un lugar a otro, donde cada compañía minera operaba.
Como siempre exploramos todo lo que pudimos y Lara se trepo a las ruinas de los
edificios y a la maquinaria herrumbrada por el paso del tiempo.
Creo que en
total visitamos nueve de las 16 minas indicadas. Fueron horas de total regocijo
tratando en nuestras mentes de revivir esos tiempos ya pasados, la vida y el sacrificio
de los mineros. Supuestamente hay mas de 24 kilómetros de túneles subterráneos,
en uno de ellos, parecía que el bosque tenia aire acondicionado, estaba fresco
y ventoso, a diferencia del resto de la zona, a la entrada de un túnel encontramos
nieve y hielo acumulado, en un cartel cercano se podía leer que este túnel de
mas de tres kilómetros de largo, tenia salidas por los dos lados de la colina,
esto creaba una circulación de aire constante, que se enfriaba en las partes
mas profundas del túnel, manteniendo de esta manera, nieve o hielo casi todo el
año. Del bosque alrededor se elevaba debido a la diferencia de temperatura, una
niebla que hacía que el lugar pareciera un poco fantasmagórico.
Otra vez a
la carretera, esta vez hasta llegar a Temagami para visitar una torre de observación,
de los guardias del fuego, emplazada en un promontorio de altura respetable y
en la cima esta torre, a la que se puede subir para ver el hermoso paisaje de
muchos kilómetros a la redonda. Por supuesto que Lara subió hasta el tope, yo
me quede en un hermoso mirador muchísimos escalones mas abajo.
Ya un poco
cansados, seguimos viaje hasta la localidad de Burks Falls donde Lara tenia que
quedarse una hora en un lugar tranquilo para una conferencia por video con una
de sus maestras, ya que los niños esta recibiendo sus tareas y clases vía
internet. Junto a un rio y un puente techado, con mucha sombra y tranquilidad,
ella hizo lo suyo y yo me dedique a preparar un bordón que había cortado en la
zona de las minas. Cada vez que vamos a una aventura juntos, yo corto el mejor
palo que encuentro y después de pelarlo y lijarlo, le pongo la fecha y el
nombre del lugar, para que nos quede de recuerdo.
Terminada
su tarea, decidimos seguir para quedarnos a pasar la noche en Hunstville, a unos
60 kilómetros de Algonquin Park, donde al día siguiente queríamos visitarlo por
la enésima vez, ya que es nuestro lugar preferido y que este año, por la
pandemia no estaba permitido visitar y nos perdimos las dos acampadas que
tradicionalmente hacemos en febrero y marzo y también la de mayo.
Cuando
comenzaba a caer la tarde visitamos diferentes lugares de Hunstville,
apreciando hermosas vista de los lagos que la rodean y comiendo Pescados frito,
sentados en un muelle, ya que los restaurantes todavía no están abiertos, solo
puedes comprar la comida para llevar, así que, en el piso junto al agua, de
primera.
Todavía no habían
sonado las 8 campanadas, cuando ya estábamos en camino rumbo al parque, nos extrañamos
mucho de las carreteras totalmente solitarias, ya que, en esta época, suele haber
multitudes, pero otra vez Covid hizo de las suyas aquí también. En 80 kilómetros
no vimos mas de 10 autos y unos 10 o 15 camiones cargados de madera. Al llegar
a nuestro primer destino, Lake of Two Rivers (Lago de dos ríos), con una
sonrisa de oreja a oreja, comenzamos a recorrer uno de nuestros senderos preferidos,
tanto en invierno cono en verano. No había nadie más, fueron tres kilómetros y
medio de total serenidad, solo se oían los ruidos de los pica palos, los cantos
de otros pájaros y los ruidos típicos de un monte solitario. Al llegar a la
cima parecía que lo veíamos por primera vez, ya que es un lugar donde siempre
hay gente, esta vez éramos solo Lara y yo, que lo disfrutamos al máximo.
Después nos
dirigimos al Opeongo Lake, a unos 30 y pico de kilómetros, desde este lugar
salen las canoas que se dirigen al interior del parque que tiene una superficie
total que se compararía favorablemente con muchos pequeños países. Con una
superficie de 7.653 KM cuadrados, pero con cero habitantes humanos permanentes.
Alta densidad de osos, lobos, alces, ciervos, patos, castores, miles de lagos y
ríos, rutas de canotaje y una fauna sub boreal impresionante. En síntesis… un paraíso
terrenal.
Como cierre
del viaje y ya prontos para retornar a casa, sentados junto al gigantesco lago
Opeongo, nos cocinamos unos tallarines con atún y aceite de oliva, que estaban
de rechupete, comimos, de panza llena dormitamos un poco, nos recordamos de lo
dichosos que somos de poder hacer estos viajes, solos los dos en una relación de
abuelo y nieta que no tiene comparación con nada.
Como era el
día de San Cono, le agradecí al santo y a Dios por estos tiempos de felicidad,
que para una persona como yo, que esta mas cerca del harpa que de la
guitarra, son INMENSAMENTE gratificantes.
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