Camino portugués 2019. Lisboa.
El 26 de abril del 2019, comienza una nueva aventura, la intención es llegar a Santiago por el Camino Portugués, desde Lisboa, mis 71 años son el reto mas grande que debo enfrentar, lo demás son solo kilómetros y poniendo siempre un pie delante del otro, continuamente y sin apuro, se llega a donde sea, los famosos soldados romanos, ya lo demostraron hace mucho tiempo, así que, adelante con la tarea.
Como es costumbre, nunca reservo donde me voy a quedar esta noche, pero el primer día del viaje, al arribar, siempre lo hago por las dudas. Mi destino una pensión modesta pero supuestamente limpia y prolija, a pocos metros de la Catedral de Lisboa, será mi base por los primeros dos días, porque considero un sacrilegio, el llegar a una de las ciudades mas antiguas de Europa y no recorrerla, aunque sea un poco, para ver sus antiguas maravillas, aclimatarme al lugar y al sonido del idioma, que entiendo bastante pero que no hablo fluidamente.
Maravillosamente sorprendido por la antigua hermosura de esta ciudad junto al rio Tejo, no alcanzaría una resma de papel para describir lo visto y vivido en estos dos primeros días. Antiguas Universidades, los laberintos de la zona de Alfama, donde siempre de fondo se escucha un Fado retumbando en las calles empedradas. El majestuoso Castelo Sao Jorge, todas y cada una de sus impresionantes iglesias, los tranvías que parecen que van a estrellarse en las casas de los vecindarios de calles estrechas, donde los peatones tienen que entrar a los umbrales de las puertas para que puedan pasar.
El olor a pescado y frutos de mar cocinados de cientos de formas diferentes, los vinos que acompañan los almuerzos en forma abundante, escalinatas que te llevan a lugares que no aparecen en los mapas, gente que sin entender mucho lo que preguntas, con una sonrisa adivinan lo que quieres y te señalan el camino. Las panaderías repletas de manjares dulces, salados y los infaltables Pastéis de Nata, algo que es típico de Portugal, muchas veces imitado, pero jamás igualados.
Siguiendo el consejo de otro peregrino que comenzaba el Camino un día antes que yo, lo primero que hice fue visitar la Catedral y desde ahí, salir sin rumbo, sin guías o mapas, comprar un pase para los tranvías y bajar y subir a ellos donde los ojos me dijeran que había algo interesante. Caminar hacia los lugares donde se ve mucha gente o a mi estilo, evitar las muchedumbres y seguir a los locales hacia donde se pierden sus pasos, en recónditos lugares que siempre te sorprenden.
Lisboa es una ciudad que creo merecería una semana entera como turista para tomarle el gusto y quizás conocer un 20% de lo que ofrece, pero yo como peregrino, me tengo que marchar y seguir Camino, la segunda madrugada me encontrara mochila a la espalda, sonrisa en rostro y bordón en mano, siguiendo las flechas amarillas.
La primera al salir de la Catedral, donde estamparon mi partida, la veo desde la ventana del cuarto de la pension... a por ella.
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