La mañana
despierta otra vez con temperaturas invernales, me levanto antes que salga el
sol, con ganas de hacer kilómetros, que me acerquen físicamente al estado que
debo tener para enfrentar el Camino que se me acerca a pasos agigantados,
faltan 23 días.
La mochila,
ya pronta para el viaje, espera en un rincón del dormitorio, las botas con señas
de barro de ayer, atrás de la puerta de la entrada, parece que se quieren ir
solas. Miro por la ventana, nublado, un poco de viento, todavía hay hielo en
las aceras, los pastos cubiertos de nieve y hielo parecen no tener ganas de
empezar a verdear.
Pero
nobleza obliga, tengo que salir, aunque no me sobren ganas. Me abrigo
adecuadamente, me cuelgo la mochila y al pasar recojo las botas que se sonríen al
sentirse necesitadas. Pronto y decidido, me dirijo a la calle, no hay mas remedio
que mantenerse entrenado porque la edad, a veces me dice que me quede y me
olvide de hacer caminos.
Para llegar
al lugar planeado para hoy, recorro 5 kilómetros de ciudad junto a una calle de
muchísimo tránsito, cuando todo se detiene en los semáforos, el olor a gas y
humo invade mis pulmones, pero sé que después de este trayecto, me espera un hermoso sendero por parque y con unas ondulaciones exigentes que me ayudaran
para el futuro próximo.
Por aqui estaba el coyote, se me escondio mientras preparaba el telefono. |
Encuentro
el sendero dormido, solo, unos patos en el arroyuelo rompen hielo con el pico,
a lo lejos a media altura sobrevuelan unos pájaros de rapiña y un coyote gordo,
se va acercando lentamente a una carcasa de conejo que yace en medio de un
descampado a unos 20 metros del sendero.
Bien abrigado, con mochila a la espalda y pararaguas, por las dudas. |
Saco el
paraguas que llevo cruzado en la mochila para hacer un poco de ruido sobre los
arbustos para asustar al coyote. Estos animales que parecen tan amenazantes nos
tienen más miedo a los humanos que nosotros a ellos, lo veo alejarse como remolineando
y quedarse detrás de unos arbustos, no muy lejos del almuerzo que desea. Me da
tiempo a seguir tranquilo y sin tener que mirar para atrás, el tiene en que
ocuparse.
Los colores
del paisaje son marrones y ocres, en cierto tipo de vegetación, los brotes
parecen que están haciendo fuerza para salir, en pocos días, todo esto será
verde y me recordará de los montes de Navarra.
Subo y bajo
varias pendientes, por puentes de madera cruzo el rio tres veces, el viento frio
me quema la cara, pero a pesar de eso esta muy agradable. Camino hasta un
pueblito que se llama Kleinburg y cuando me dispongo a volver sobre mis pasos, una
llamada de mi hija me cambia el rumbo y camino hacia su casa que esta a unos 4 kilómetros
de donde me encuentro.
En muchos lugares el hielo todavia le gana a la primavera. |
La vuelta a
mi hogar fue en auto, ya que después de ayudar a Anahí con unas tareas, no me deja
hacer los 7 kilómetros que me faltaban. En total una ruta de unos 16 km., con
la mochila cargada y sin sentir el esfuerzo, en síntesis, un día productivo.
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