La mochila
es una parte integral de la persona que, como yo, disfruta de viajes en canoa,
largas caminatas, acampadas y mas que nada, para un amante de las peregrinaciones
en el Camino de Santiago.
He tenido
varias que me han acompañado por largos plazos, recorriendo territorios varios,
a todas ellas me he apegado con cariño, y me ha costado abandonarlas cuanto ya
no podían mas cumplir con su propósito.
El año pasado,
cuando mi hijo Cuimbae nos vino a visitar desde Inglaterra, ocurrió un hecho
inesperado. Cuando retornaba a su casa, no encontraba suficiente espacio en la pequeña
maleta que había traído.
¿Por qué no
te llevas mi mochila y solucionas el problema? pregunté.
No había terminado
de pronunciar esas palabras cuando me di cuenta lo que estaba diciendo, se me revolvió
el estomago y deseaba que me dijera que no era necesario. “Si Papa, Creo que sería
lo mejor” fue su respuesta y mi corazón se arrugo, pero a lo hecho pecho. Alla
se fue ella en perfectas condiciones y no más de 2000 km. de uso.
Desde ese
momento, comencé a cortejar a toda mochila que se cruzaba en mi camino, leí ávidamente
cuanto aviso aparecía, recorría muchas tiendas de artículos deportivos, revisé
en Amazon, Wayfair, Decathlon Europa, etc., etc.
Los precios,
los cierres, el tamaño, los bolsillos laterales, los colores, las correas, las
argollas y toda la parafernalia asociada con una mochila, nada me convencía. Parecía
un viudo tratando de remplazar a su fallecida esposa, me gaste meses y muchos
litros de gasolina para encontrar la adecuada.
La comencé a
usar hará unos dos meses, de forma esporádica, a efectos de amoldarla a mis
necesidades. Ablandar el soporte de la espalda, ajustar las correas sobre los
hombros, agregarle los ganchos y enganches que estoy acostumbrado a usar. Todo
lleva tiempo y paciencia, mientras camino la voy toqueteando aquí y allá y de a
poco se va sintiendo más cómoda.
Hoy, con
unos 200 km. arriba, como de costumbre, ella y yo salimos a meter pata,
planeaba unos 20 Km. y el día se presentaba frio, pero soleado, ideal para
hacer ruta.
A más de
mitad de camino una vocecita en la cabeza me dice,” ¿Qué te parece?, al fin voy
cómoda, espero que vos también, déjame así, no me toques más”.
Era mi mochila,
de la cual, por su comodidad, había dejado de sentirla o prestarle atención.
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