Un lugar donde un hombre de Florida (Uruguay), la capital de la Piedra Alta, cuenta de todo un poco, sobre su pueblo, su vida, sus viajes, su familia y más que nada, sobre su Florida natal. Tambien mucho sobre mi querido Camino de Santiago.



Monday, September 26, 2016

Las viejas bodegas, abrazadas al pasado.


Las vi por primera vez en el Camino Francés, después las visite en Genestacio de la Vega y en mi último Camino, al llegar a Faramontanos de Tabara me volví a topar con ellas y fue una experiencia interesantísima.


En Genestacio de la Vega, mi amiga Sandra me invito a visitar la antigua bodega subterránea de su abuelo, se encontraba en las afueras del pueblo en una pequeña colina. Don Baltasar, supuestamente la cuidaba muy bien, hasta el día que el cuerpo y el tiempo se lo prohibieron, el día que la visite, se notaba que hacia años que nadie entraba y hasta me dieron ganas de agacharme y empezar a ordenarla y limpiarla, para ponerla como el acostumbraba a mantenerla.



La zona parecía totalmente abandonada, pero no era así, en una de las bodegas, Pedro, un vecino de la zona todavía mantiene la tradición viva y todos los días visita su bodega en compañía de su nieto. Allí pasan el día los dos, el abuelo entre vinos y cortes de jamón o chorizo, el nieto corriendo afuera detrás de una pelota o yéndose hasta una viña cercana donde cosechan unas uvas deliciosas. Tuve la suerte que me invitaron a conocer su refugio y compartir con ellos un poco de su vino y su jamón.

Fue un momento muy especial, ya que Pedro, muy conversador, me contaba historia del pueblo y de la zona… donde tiempo atrás habían muchas viñas, hoy solo queda la suya.


Más adelante, en La tierra del Cubo del Vino, me volví a encontrar con las bodegas, gran cantidad de ellas se encuentran justo a las afueras del pueblo. Ahí también intenté conocerlas por dentro, pero no encontré ni un alma, parecía más bien un cementerio abandonado, pero la zona tenía cierta cosa, que me invitaba a recorrerla en su totalidad, por un buen rato me senté en un tronco frente a una de estas bodegas abandonadas y por la mente me pasaban imágenes que yo suponía que habrían sido vividas en el lugar.

Cuando volví al albergue, Loli, la hospitalera del lugar, me dijo que todavía había muchas de ellas que guardaban deliciosos vinos, pero que hoy día las usaban más como un lugar para visitar los fines de semana  para una corta visita, otras para organizar comidas familiares o de amigos.


Pero en el Camino Sanabrés al llegar a Faramontanos de Tabara, justo por donde el Camino entra al pueblo, en una de las primeras casas, Valentín, un hombre que andaría rondando sus ochenta y pico, se encontraba en la entrada de su bodega. Me saludo con un efusivo “Buen Camino”, le conteste en forma y me acerque para mirar la entrada de su preciado lugar. Una larga escalera llevaba a la parte escavada, se veía limpia, prolija, se notaba que Don Valentín la usaba y cuidaba mucho. Me invito a visitarla y tomar un poco de su vino, yo que venía cansado y agobiado por el calor, acepte enseguida, para disfrutar del frescor del pasaje subterráneo y meterme entre pecho y espalda  un vasito de vino casero.

Fue una visita interesante, por las historias del pueblo y de peregrinos que me contaba y por la oportunidad de sentir ese olor a tierra y uva, que me transportaba a otros tiempos. La visita se alargaba, pero yo tenía que seguir, Tabara estaba a unos 5 o 6 kilómetros y deseaba llegar al albergue, para ver a mi amigo José Almeida y descansar.

Le ofrecí al buen hombre que me acompañara hasta el bar del pueblo para invitarlo con un café, pero me dijo que iba solo una vez al día, generalmente al atardecer. Así que nos despedimos y agradeciéndole la hospitalidad, seguí mi Camino.

Cuando paso por el bar, se me ocurre entrar, me tome un café y al pagar, le digo al dueño del lugar que quería dejar un café pago para Valentín, que es un parroquiano que generalmente se acercaba al bar por las tardes. El hombre se sonrió y me dijo… “Asi que se encontró con mi padre en la puerta de su bodega, a que lo invito a tomarse unos vinitos, ese viejito lindo, siempre sacándome los clientes”… Me dio un apretón de manos y sin cobrar ni siquiera mi café me deseo un “Buen Camino”.

Son cosas que pasan en el Camino.

Juan Alberto Pintos Lecuna




























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