Todavía no había
llegado a la Plaza Mayor, pero el alma y la imaginación se revolcaban en mi
interior, sentado a la vera del Camino después de llegar al Alto de las
Camellas, me puse a leer un panfleto turístico, que no sé cómo había llegado a
mis manos. La idea era recorrer un rato por Cáceres y después seguir a Casar de
Cáceres, donde esperaba descansar en un albergue municipal del que tenía muy
buenas referencias.
En el momento en que di mis primeros pasos a la entrada de la Plaza Mayor, me sentí como que no era dueño de mis tiempos y mis planes. El tiempo de mi reloj parecía haberse rebelado, obligándome a detenerme en ese tiempo y lugar que marcaba.
Las escalinatas que llevaban al Centro Histórico, eran el imán que me atraía y distraía, me senté en una terraza a tomarme una cerveza y admirar los alrededores. No sé cuánto duró ese descanso, me levanté con desgano, remoloneando y buscando una excusa para no seguir. Me colgué el macuto y emprendí Camino para subir las hermosas escalinatas, cruzar la ciudad y proseguir hacia el destino prefijado.
Iba a pasos cortos y lentos, daba vueltas sobre mí mismo como un trompo, no me cabían en los ojos las piedras, las callecitas angostas, los monumentos, todo me fascinaba.
Estaba en ese trance, cuando me doy cuenta que en el bar había dejado olvidado mi fiel compañero, mi bordón. Desanduve mis pasos rezando para poder encontrarlo, ya que llevaba conmigo varios Caminos y era un regalo especial de una pareja de amigos entrañables.
Lo había dejado recostado contra la pared, lo encontré caído, la mitad del bordón dentro de un portal, como invitándome a entrar para recogerlo. Pension Carretero decía el cartel donde lo había dejado recostado, él, ahora me invitaba a entrar, a quedarme, ya vendría el tiempo de seguir.
Por dos días y dos noches deambulamos mi bordón y yo por Cáceres, vimos la ciudad bajo los rayos implacables del sol que curtía y bajo la luz de la luna, que dibujaba imágenes fantasmagóricas en pequeños rincones. Visite sus iglesias y sus lugares públicos, escuche tres misas y sentado en una recóndita placita, junto a un convento, me regocijé con un coro de monjas cantando Vísperas con voces que parecían angelicales.
Me perdí en Cáceres, porque encontré una ciudad que me deslumbro, también porque el Camino, de una forma o de otra, me indicaba que ya llegaría el momento de seguir.
El Tordillo
El Tordillo