Llegar a
Zamora fue como volver a casa, no es la primera vez que visito esta tan Hermosa
y hospitalaria ciudad, y a pesar de que vengo herido, cansado y con mis ropas
todas manchadas de sangre, por las peripecias con el jabalí y los zarzales, al
poner los pies en el puente romano, comencé a sentirme mejor y nuevamente
alegre. Después de andar en el Camino por alrededor de 9 horas, el cuerpo me
pedía una ducha caliente y algo sólido para el estómago.
El albergue
es un lugar de donativo, muy bien cuidado y donde los hospitaleros voluntarios
se esfuerzan siempre para tener el lugar en óptimas condiciones, aparte de
recibirte todos ellos con una amplia sonrisa y algunos hasta con un abrazo.
Rápidamente se preocuparon por mi estado y me brindaron todo lo que podía
necesitar.
Al rato ya
fui a la plaza donde me comí un buen bocata lavándolo con unas cañas que con su
frescura me levantaron el espíritu de inmediato. Como el agua y los ríos
siempre me encantan, salí calle abajo nuevamente rumbo al puente romano y el
majestuoso Duero. Al paso, silbando y disfrutando cada momento, llegue hasta la
Plaza Santa Lucia desde donde vi un caballero que sentado en la puerta de su
casa/atelier, pintaba con una tranquilidad que contagiaba paz. Me acerqué y por
más de una hora conversamos, el contándome de sus trabajos y su atelier, yo
escuchando sus historias y anécdotas como embelesado. Un estilo muy especial,
donde el solo hace líneas rectas, pero por saturación logra paisajes o figuras
deslumbrantes.
Seguí calle
abajo, por un rato totalmente tranquilo y ya sin cuidado por lo pasado en la mañana,
me regocije recorriendo los alrededores del rio y de nuevo cruce el puente
Romano. Zamora ya la he visitado de punta a punta, su parte antigua alrededor
de la Catedral y todas sus construcciones medioevales, son grandes atractivos,
pero para mí mirar esta ciudad desde el otro lado del Duero, es impagable y
nunca me canso de hacerlo.
Para los
que ya llevan tiempo leyendo mis crónicas… ¿se acuerdan de Sandra? Sandra Alija
es una amiga de Genestacio de la Vega, con la cual hicimos muchas etapas del
Camino Francés juntos, en el 2013 y que luego me vino a visitar a Canadá con su
hermano Iván. Bueno, mientras ando en mis recorridas, me llega un mensaje de
que no cenara muy pronto, porque ellos dos y su novio Adrian, ya estaban en viaje
rumbo a Zamora para verme y cenar conmigo.
Me dirigí
hacia la Plaza Mayor y encontré un lugar a la sombra, en una terraza, donde me
quede esperando su llegada mientras disfrutaba de unas cañas frías y solo,
rememoraba los lindos momentos que habíamos pasado con esta amiga, y el grupo
que se había formado caminando juntos hacia Santiago. Era un grupo muy juvenil
de unos 15 chicos, con ellos nos aunamos los dos viejitos, yo con mis 66 y
Jordi con sus 60. La verdad que fue una experiencia inolvidable y con la mayoría
de ellos todavía mantengo contacto.
Estaba perdido
en mis recuerdos cuando llegaron, fue inmensa la alegría del rencuentro y más
fue la felicidad cuando me contaron los planes que tenían para la cena. Sandra
sabiendo de mis gustos por la charcutería, traía una cesta repleta de mis
platos preferidos, compramos unas botellas de vino y buscamos un lugar para
hacer campamento.
Justo detrás
del albergue, hay una hermosa plazoleta, con vista a la iglesia y también una panorámica
hermosa del Duero, al estar a solo 20 metros del albergue, me daría la
posibilidad de quedarme más tiempo, es decir hasta minutos antes del cierre a
las 10 de la noche.
Un
gigantesco banco de piedra se volvió nuestra mesa para la cena, de la cesta
comenzaron a salir unos chorizos deliciosos, queso, salame campesino, pan del
pueblo y un trozo de más de un kilo de cecina leonesa, que es mi debilidad.
Realmente una mesa como para un obispo, todo eso bien regado con un vino de
Toro, anécdotas y recuerdos, nos tenía a todos alborotados y ruidosos. La gente
que pasa por el siempre muy concurrido lugar nos miraba, a mí, en algunos de
ellos me pareció ver un dejo de envidia.
La tarde se
hizo noche, Yo, como la Cenicienta, a las campanadas de las 10, con abrazos me despedí
de mis queridos amigos, agradeciéndoles la gentileza de venir a visitarme y la
cena, salí corriendo para evitar que me cerraran la puerta del albergue… no, no
perdí ninguna zapatilla.
Ya no quería
más, cuando me tumbe en la litera no debo de haber demorado ni cinco minutos en
dormirme, mi cuerpo y mi mente, llenos de un día fuera de lo normal del camino,
tanto en lo emocional como en lo físico, me decían que ya estaba por hoy, que mañana
será otro día y tenemos que descansar para enfrentarlo.
En cuanto a
Zamora, no importa cuántas veces la visite, siempre la veo como si fuera la
primera y está siempre en la lista de ciudades para volver a visitar. Hoy mientras
escribo me doy cuenta que la pasamos tan bien, que en ningún momento salió del bolsillo
un teléfono o una cámara, para sacar fotos. Esa es la mejor muestra de que cada
uno de nosotros estaba totalmente disfrutando del momento, sin poses ni
posturas.
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