Un lugar donde un hombre de Florida (Uruguay), la capital de la Piedra Alta, cuenta de todo un poco, sobre su pueblo, su vida, sus viajes, su familia y más que nada, sobre su Florida natal. Tambien mucho sobre mi querido Camino de Santiago.



Sunday, February 7, 2016

¿Otra vez? Visitas y la panadera. (29/Aug/2015).


Levantarse temprano después del día de ayer, fue difícil, había pasado de todo en lo físico y en lo emocional. Pero eso es el Camino, hay veces que te cubre con una catarata de eventos que hasta pueden llegar a apabullarte. El Camino te dictara los pasos que debes hacer y las decisiones que debes tomar, los planes que uno tenga, muchas veces no tienen nada que ver con el verdadero desarrollo del día.


Pero, no hubo más remedio que levantar las cacharpas y lanzarse a la ruta, fui el último en partir y todavía después, a pesar de que había desayunado en el albergue, me pare en un chiringuito antes de la salida de la ciudad, como para extender mi estadía en la hermosa Zamora. Hasta me pasó por la mente el quedarme otro día para seguir recorriéndola, pero me esperaba el Camino Sanabrés, que desde que planee hacerlo, me llenó de preguntas y curiosidad.


La salida de la ciudad es extremadamente monótona y los primeros 6 o 7 kilómetros de la corta etapa que me espera, no tiene nada de memorable. Después el rumbo se hace pesado, largas rectas por caminos vecinales o senderos casi al borde de la ruta, mucha tierra y guijarros que crujen bajo el peso de la bota. Los pequeños pueblos de La Hiniesta y Róales del pan, rompen un poco la monotonía, pero no mucho.


En los pequeños poblados de España, es común escuchar las bocinas o cláxones de los diferentes proveedores de alimentos que van de pueblo en pueblo ofreciendo sus productos, recorren las pocas callecitas de los poblados, visitando a sus clientes, quienes salen a la puerta a recibirlos y comprar lo necesario. Justo a la salida de La Hiniesta, unos de estos proveedores, se detiene frente a una finca y deposita en una cesta colgada a la entrada, tres hermosas barras de pan. Saludo a la panadera y le pregunto si me podría vender algo, por respuesta, saca de un gran cesto una crocante barra de un pan de color mestizo y aroma de grano entero. Cuando le pregunto qué le debo, me responde “Buen Camino y un abrazo al Santo cuando llegues a Santiago”.

Me alegro el día, un pan no cuesta más que unos centavos de euro, pero la respuesta valió millones, una muestra más de la hospitalidad que se encuentran en los senderos que llevan al Santo y de la gente que uno se encuentra y que nunca deja de sorprender. Ahora con paso alegre el día ya no me parecía perdido, cruce el bordón en la espalda, trabado con el macuto y con el pan en una mano y un pedazo de chorizo, que nunca falta, me fui comiendo sin tener más preocupación que la de saborear el momento.

El paisaje de campos cerealeros, que no cambiaba, me dejo en las puertas de Montamarta, donde en vez de dirigirme al albergue, que se encuentra a la entrada y sobre la carretera, me fui derecho hacia el centro del pueblo donde me habían dicho que encontraría una Iglesia muy linda y una estatua del famoso Zangarrón, un personaje mítico y típico de esta zona. Visite la iglesia, pasee por sus alrededores, admire la estatua y fui al Ayuntamiento a sellar la credencial.


En el bar Marce’s, junto a la iglesia, un cartel anuncia Wi-Fi, la chance de tomarme una caña fría y también de comunicarme unos minutos con el resto del mundo, me tentó, así que me senté bajo una sombrilla de su terraza a descansar un poco y pensar en seguir adelante o buscar un lugar para quedarme aquí, sin prisas, el día todavía es joven y queda mucho por disfrutar.


Apenas conecto el teléfono, recibo un mensaje, ¿estamos en la carretera rumbo a ti, por donde andas?, le conteste donde estaba e inmediatamente me pidieron que no me moviera que en un rato llegaban. Eran Sandra y Adrián, que nuevamente venían, pero esta vez era para llevarme a dormir a Genestacio de la Vega, donde está su casa y es a más de una hora en auto de donde yo estoy. Su pueblo, ya lo he visitado y me tratan como a un hijo adoptivo, los vecinos que me conocen me han tratado de primera y me han hecho sentir como en casa. Además me prometieron que después de cenar una costillitas de cordero a las brasas que Iván prepararía y dormir allí, mañana me dejarían otra vez en este mismo lugar para seguir mi Camino. Así que otra vez los planes cambiaban, pero con gusto me rendí, las horas de ayer no habían alcanzado para el rencuentro.

A la tarde después de una buena ducha y una siestita, salí a visitar algunos amigos y aproveche  a caminar por las callecitas de Genestacio. El sol estaba cayendo cuando comencé el retorno, desde la zona de las bodegas. Las luces y las sombras del pueblo, que a esta hora parece estar abandonado, siempre me fascinan, a la distancia se sienten el alboroto de unas ovejas que bajan del alto y el continuo ladrido de perros, típico de los campos de estas tierras. Después me senté frente a la iglesia, único lugar donde se puede acceder a internet en todo el pueblo, para comunicarme con mi familia, a la cual ya la estaba echando de menos, especialmente a mi esposa.

Las prometidas costillas que preparo Ivan quedaron deliciosas, unos frijoles cosechados en su propia huerta adornaron una noche de historias, anécdotas y recuerdos. Se hablo mucho del Camino, pero también de lo que ellos habían experimentado cuando me visitaron en Toronto. Era ya tarde cuando los chupitos, habían vaciado la verde botella de Rua Vieja y nos fuimos a dormir.

Como ven, una etapa totalmente para el olvido, en cuanto a la geografía, por diferentes motivos se transformó en un día excepcional gracias a la panadera y mis amigos. Todo esto también es gran parte del Camino.

Juan Alberto Pintos Lecuna













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