La cena en
la Torre de Sabre, con la genial sopa de mariscos de Loli, estuvo buenísima. María,
Loli y otro peregrino del cual no recuerdo el nombre, entre chupitos y cuentos
estiramos la noche hasta tarde, la acogida de la hospitalera, de primera clase,
nos hacia sentir bien y cómodos.
El sol apenas comenzaba a mostrar sus brillos por el oriente, cuando yo ya me despedía de Moha Hassan y rumbeaba para Zamora. Pero no siempre al que madruga Dios lo ayuda, salí contento y a paso firme hacia la salida del pueblo, estaba muy alegre e iba cantando canciones que me llenaban de luz el corazón. No sé dónde fue, pero en algún lugar me perdí una flecha y el Camino dejo de ser el de Santiago, ya era mi camino, decidí que en vez de desandar, seguiría utilizando mi sentido de orientación hasta llegar adonde yo pensaba que podría retomar el sendero original.
Entre subidas y bajadas, hermosos montes nativos y plantaciones de maíz, fui avanzando tratando de llegar a un pueblo llamado Villanueva de Campean, en un campo muy cerca de Peleas de arriba, me encuentro con un cazador de palomas que me dice que voy bien y que estoy a pocos kilómetros de Villanueva. Sigo contento y a paso firme, me siento bien y no muy preocupado por el cambio de ruta, a la larga yo sé que todos los caminos llevan a Santiago. Pero….
De los maizales sale un jabalí grande y con cara de pocos amigos, yo que me crie en el campo, sé que el animal no ataca a no ser que se vea acosado, me detengo a unos 30 metros de distancia para darle tiempo y lugar para que siga su camino. El, tenía otra cosa en mente, en vez de volver al maizal se dirigía hacia mí de una manera amenazante, yo quieto lo veía que se acercaba pero para no asustarlo seguía quietito… llego un momento en que me di cuenta que este bicho no sabía que no es normal que él ataque, por lo que empecé a mirar para que lugar salir corriendo en caso de que él siguiera en su postura agresiva. Para un lado monte cerrado y agreste, para el otro un maizal tupido y más alto que yo, atrás a unos 50 metros una antigua vía del ferrocarril cruzaba el sendero, de a poco me fui dando vuelta tratando de llegar hasta allí sin disturbar a mi enemigo, él seguía como una estatua en medio del camino mirándome y medio bufando entre dientes.
Valientemente me di vuelta y lo más rápido que mi cuerpo permitía me dirigí a las vías, al llegar allí salí corriendo por sobre los durmientes, corriendo como corre un hombre de 68 años y cargado con un macuto de 10 kilos sobre la espalda. Después de una distancia considerable sin mirar para atrás, comienzo a sentir una gran comezón en brazos y piernas y el paso se dificultaba. Con el susto que tenía, no me había dado cuenta que iba corriendo entre los zarzales y espinares que invadían la vía abandonada, me detengo, miro para atrás y ni rastros del animal. Mis pulmones parecían prontos para explotar, el corazón me palpitaba a mil por hora, mis brazos y piernas sangraban profusamente por el daño que me habían producido los zarzales.
Avanzar no podía porque la vegetación sobre las vías, se cerraba cada vez más, para atrás ni pensarlo, no quería volver a encontrarme con Don Jabalí, a los costados los terraplenes se alzaban más de cinco o seis metros, empinados y arenosos eran mi única salida. Probé a subir y volvía a caer cuando la arena no resistía mi peso y se derrumbaba a mí alrededor, desarmé mi bordón que se destornilla a la mitad para poder ir clavándolo en la arena alternativamente hasta llegar a salir de mi predicamento.
Con la mochila todavía en la espalda, al llegar arriba, me quede tirado sobre un campo de cereales, me ardían los pulmones por la respiración agitada y forzada, sin moverme quería recuperarme y que mi corazón comenzara a latir normalmente, nunca en la vida me había sentido tan agitado y al borde de un colapso. No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero me recupere, acomode el bordón, reajuste el macuto y me despedí de mi sombrero, que había quedado enredado en los zarzales. A la distancia se veía un pueblo y atravesando campos me dirigí hacia allí. Poco antes de llegar a lo que sería Corrales del Vino, me encontré con un anciano que al verme tan sucio y sangriento se preocupó por mí y me invito a llevarme a su casa para curarme. Mientras me atendían les conté de mis peripecias con el jabalí, el hijo del hombre me dijo que él sabe que los jabalíes no atacan, pero que la noche anterior unos cazadores habían descargado más de cien tiros en esos maizales y no habían cazado nada, por lo tanto que fuera un animal herido y desorientado el que yo había encontrado.
Luego de reparado retome mi camino, ya llegar por el camino tradicional era una tarea casi imposible, así que él me recomendaba que siguiera por la carretera que de ahí llegaba a Zamora, yo ya no estaba para más aventuras, por lo tanto seguí su consejo. Empecé el día pensando hacer unos 31 kilómetros, pero entre aventuras y desventuras llegue a Zamora después de haber caminado más de 37.
La vista de la ciudad desde la distancia volvió a poner una sonrisa en mi rostro y el paso también se volvió más rápido y constante, el estómago me recordó que desde el desayuno no había probado bocado. Se me pasaron todos los dolores al cruzar el puente romano que te deja en la encantadora Zamora
Juan Alberto Pintos
.