Un lugar donde un hombre de Florida (Uruguay), la capital de la Piedra Alta, cuenta de todo un poco, sobre su pueblo, su vida, sus viajes, su familia y más que nada, sobre su Florida natal. Tambien mucho sobre mi querido Camino de Santiago.



Monday, February 2, 2015

Sevilla/Guillena. Un dia de perros.

Agosto 30-2014.-

El Albergue de Triana me recibio en mi primera noche de La Via de la Plata.
Hasta la salida de la ciudad son aproximadamente 2 kilómetros desde el Albergue de Triana, yo sin guía o mapa, como es mi costumbre, voy siguiendo mis queridas flechas amarillas. Al llegar a las orillas del Guadalquivir, pienso que estoy perdido, ya que en una rotonda cercana no vi los marcadores.

Junto a la cabecera de un puente que parece ser peatonal, un grupo de policías juntos a sus patrulleros, conversan y discuten temas de su trabajo, me acerco para preguntar por direcciones y todos se ponen rápidamente a darme información. Se volvió confuso, que por Camas, que por el Rio, que por la perrera…me marearon. Un mozo delgadito, noto mi confusión, se acercó, me tomo gentilmente del codo y me dijo “Yo ya hice la Vía de la Plata, es hermosa y la vas a disfrutar”, me llevaba del brazo hasta donde comenzaba el puente indicándome que a la base del ultimo pilar, en el otro extremo, encontraría una flecha que me llevaría a el Camino, bajando hacia la ribera del rio y siguiendo las marcas que eran abundantes. Con un “Buen Camino”  y un apretón de manos me despidió efusivamente.

Aqui es donde Sevilla queda atras y el Camino de Santiago hacia adelante.
Seguí por el costado del rio, donde a esa hora lo único que había eran caballos por doquier y mucha mugre. Se ve que esta zona no es muy utilizada o cuidada. Un hombre en moto, a una velocidad respetable, guía una jauría de perros que lo siguen por detrás, por su porte y por las marcas que tienen en el cuerpo, me da la impresión que son de caza o de pelea. Tres de ellos tienen bozales de cuero y metal, realmente comencé a sentir un poco de miedo, pero al grito del patrón, los ocho o nueve canes que se me iban acercando, prestamente se dieron vuelta y recomenzaron a seguir la moto.

Un poco más adelante, nuevamente los ladridos de los perros dominan el lugar, pero esta vez es la perrera municipal, donde había tantos perros afuera como dentro de los cercos. Ninguno se me acerco, seguí mi camino receloso y mirando continuamente por sobre mi hombro.



Al llegar a una zona de granjas y montes de olivo, la caminata comenzó a volverse placentera y el paisaje se volvía más agradable. Me deleite comiendo unos higos chumbos de las tunas que bordeaban el sendero y de a poco me sentía un poco más peregrino.

En este cartel enumeran todos los monumentos y ruinas romanas
que son abundantes en la zona.
Hasta llegar a Santiponce, caminaba continuamente ajustando las diferentes correas de la mochila, tratando de lograr ese punto donde el macuto se vuelve parte del cuerpo del caminante y ya no se siente como una carga, sino como una extensión.

La colorida Iglesia de San Isidro y San Geronimo.
 Al arribar al Monasterio de San Isidoro del Campo, ya venía cómodo, pero me quede con pena de no poder visitar el lugar ya que por construcción estaba todo cercado y era difícil acercarse. Más adelante el bonito pueblo mostraba orgulloso su Iglesia sobre la carretera principal, el Teatro Romano y las ruinas de Itálica. Si quería visitarlos debía esperar por lo menos una hora hasta que abrieran y con el calor que ya hacia no quería alargar la jornada a mucho más del mediodía.

Las tunas me brindaron sus jugosos higos chumbos.
A partir de ahí, entre campos de algodón, girasol y trigo ya cosechado, era imposible combatir el calor, y me esperaban alrededor de 10 kilómetros de ruta con solo los 20 metros de sombra que brindan los arboles junto al Arroyo de los Molinos. Cuando llegue a ese lugar, me descolgué la mochila, a la sombra me senté a refrescarme y comer algo de las vituallas que llevaba para almuerzo. El tan discutido arroyo, que en otras épocas se vuelve difícil de cruzar, estaba reducido a no más que un poco de tierra húmeda. La temperatura oscilaba alrededor de los 45 grados.

El Arroyo de los Molinos, peligroso de cruzar en ciertas epocas, estaba
reducido a sombras y tierra humeda.
Llegue a Guillena cerca de las 13.00 horas, la ciudad muy linda pero sin un alma en las calles o ningún negocio abierto, me recibió como agobiada. La canícula tenía a todos sus habitantes detrás de puertas abiertas, con cortinas que pretenden dejar entrar “el fresco”, que no existe.

Encuentro el complejo deportivo, del que forma parte el albergue, subo las escaleras y con todo en penumbras, me dirijo al escritorio de la entrada. Me recibe un cartel que me invitaba a elegir una cama y ponerme cómodo, la hospitalera vendrá a eso de las 20.00 horas para ver si necesitaba algo y registrarme. Me pareció cómico, porque en un mundo donde cada vez más vivimos detrás de rejas y alarmas, acá encontraba un lugar hermosamente equipado, totalmente abierto y sin ningún tipo de controles.

Me acomode, duche y me tendí a hacerme una reparadora siesta. A eso de la media tarde siento movimiento y los gritos de dos peregrinos que llegaban también buscando donde quedarse. Rocío y Enrique, dos andaluces simpatiquísimos, fueron mis compañeros de estadía. Desde aquí hasta Torremejía, seguiríamos haciendo las mismas etapas, por supuesto que a diferentes pasos, ya que ellos más jóvenes y fuertes que yo llevaban otro ritmo.

La primera etapa había sido muy llevadera y estaba contento con la nueva aventura emprendida. Creo que la decisión de elegir La Vía De La Plata como peregrinación para llegar a Santiago de Compostela ha sido acertada.

Capilla Del Carmen.



El trecho final antes de llegar a Guillena, con el calor agobiante se hizo largo.

Mirando las fotos veo que Rocio y Enrique ya venian detras mio y muy cerca.


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