Agosto31/2014.-
Después de
haber pasado una muy buena noche de descanso en el Albergue Municipal de
Guillena, me levante con muchas ganas de hacer Camino, pero… el segundo día de
ruta casi siempre es el más pesado. El aire acondicionado del lugar te
atrapaba, en un día que a la madrugada ya se traía mes de 35 grados y que iba a
llegar a cerca de los 42.
Salí al
tranco rumbo al rio, para comenzar lo que sería una etapa corta, pero que el
calor y las agujetas del primer día, la harían un poco difícil. De a poco fui
acomodando el paso y la mochila, cuando salí del polo industrial y encontré el
comienzo de la Cañada Real, ya estaba pronto, me sentía bien y animado, el
cuerpo respondía. Tener en cuenta que soy un hombre más bien rellenito y de
casi 67 años.
Los cercos
de piedra que delimitan la Cañada dejaban ver las tunas que pueblan el lugar,
donde hay tunas con higos chumbos, estos estaban prontos para comer, los jugos
gástricos comenzaron a pedir para digerir uno de ellos. Me saque el sombrero,
arranque unos cuantos y les removí las espinillas frotándolos fuertemente. Me
senté a la sombra de una higuera y pelándolos cuidadosamente, me los comí
todos. Frescos, dulces y de semillas crocantes, me llevaron a la época de mi niñez,
cuando mi abuela nos esperaba al retornar de la escuela con un canasto lleno de
chumbos.
Primera
torpeza del Camino… como un tonto total, pensé que con solo sacudir el
sombrero, se le caerían todas las espinillas y me lo puse nuevamente en la
cabeza.
Entre
frutales y olivares, seguí caminando plácidamente, el terreno era siempre
ascendente, pero no de una manera que torturara, más bien rampas largas y
continuas, que a pesar de que se sentían un poco en las piernas, solo las
identificabas si te parabas a mirar para atrás.
Llegue así
a algo que es muy peculiar y típico de La Vía de la Plata, una portera
(portela), que delimitaba la entrada a las tierras del Cortijo El Chaparral. La
dehesa en todo su esplendor de la época, me llenaba de regocijo, pero de a poco
empecé a sentir una molestia. Las espinillas que habían quedado en mi sombrero,
de a poco se habían empezado a desplazar por mi cuerpo, la transpiración que me
corría por la espalda las desparramaba ya por todos los sitios que me hacían sentir
incomodo, cuando el escozor recorrió hasta llegar casi hasta mi culo, no pude
hacer más que descolgar la mochila y desnudarme totalmente, para sacudir y
cambiar las prendas que tanto me incomodaban.
La suerte
me acompaño, en un lugar donde no se ve agua por ningún lado, un cartel en
varios idiomas marcaba el rumbo hacia un pozo de agua. Escondido, desnudo y a
unos pasos del camino, con la cantimplora me di una ducha tratando de
deshacerme de las espinillas. Unas voces se escuchan cercanas y aproximándose,
en toda mi desnudez, me escondo entre unos arbustos y matorrales, deseando que
los que vienen no necesiten agua. Eran Enrique y Rosario que al tranco y conversando
amenamente siguieron tranquilos sin darse cuenta de mi presencia. Lavado y
vestido, un poco más cómodo retome camino, la etapa es corta, solo unos 18 km.
pero todas las peripecias anteriores, las grandes zanjas y cunetas, las subidas
y bajadas constantes, me la alargaron en tiempo. De cualquier manera, la
disfrute mucho, bajo un sol radiante y más de 40 grados de temperatura me fui
arrimando a Castilblanco de los Arroyos, con los pulmones llenos de aires puros
y los ojos saturados de hermosos paisajes.
Me encontré
con un albergue municipal muy limpio y cuidado, donde se puede apreciar que los
hospitaleros voluntarios hacen un gran trabajo. Tome una litera, me di una
buena ducha para remover totalmente el cansancio del día y las famosas
espinillas que me habían regalado los ricos chumbos consumidos y después de una
reparadora siesta Salí a recorrer el pequeño y coqueto pueblo y comer algo
antes de retirarme a descansar para la próxima etapa, que será más exigente,
pero no menos linda.
Juan Alberto Pintos Lecuna