Monday, August 4, 2014

Y comienza la romería…un pueblo bajo las aguas del Miño.


Desde Samos a Sarria, rumbo a Portomarin, se empieza a perder aceleradamente el espíritu del Camino. Los paisajes siguen siendo hermosos, los poblados llenos de vida, gente que trabaja atendiendo sus tierras y animales, se suceden continuamente y lo hace totalmente entretenido e interesante, pero…

Sí, siempre aparece un pero, para lograr la Compostela que documenta la peregrinación a Santiago, se tienen que hacer por lo menos 100 km. a pie o 200 km. en bicicleta. Por lo tanto un gran porcentaje de gente inicia su travesía en Sarria, último lugar desde donde se puede calificar para el documento. La gente aparece de todos lados, los senderos se llenan de estudiantes, turistas extranjeros, buses que llevan gente a hacer los 100 km. de a tramos. La congestión se vuelve reina y los que vienen caminando por alrededor de 27 días, se sienten casi desplazados.


Hacía varios días que no veía a Ana, una enfermera de Madrid, que por grandes trechos, desde los Pirineos, compartimos distancias y albergues. A ella le gustaba caminar con sus propios planes y horarios, así que a veces la perdíamos para volverla a encontrar días después, una persona muy linda para intercambiar ideas, conocedora del Camino y más que nada de su España. A poca distancia de Sarria, yo sentado a la orilla de un estrecho sendero, esperaba que un grupo de más de cien estudiantes con sus chaperones, que casi me atropellan y pasan por encima, terminara de pasar.


Estaba al borde del mal humor, ya que minutos después de sobrepasarme esa muchedumbre, dos buses llenos de escandinavos, descargaba sus turigrinos delante de mí. Esa carga de gente mucho mayor que yo, se movía como una sola masa, a velocidad de tortuga. Me llene de desolación, vi como lo que hasta ahora había sido una felicidad, se transformaba en una lucha por espacio en los senderos.

Sentado ahí, vi que se acercaba la figura de Ana, lentamente, como cansada…” Por Dios, esto es una romería”  fueron las primeras palabras que le escuche, “en el primer lugar que encuentre locomoción, me marchare a Madrid y volveré a completar el recorrido en invierno, sin mosquitos ni turistas”.
Conversamos un rato, esperando que hubiera menos gente, pero al final seguimos caminando y refunfuñando, desilusionados por el día que nos esperaba.  En el primer pueblo al que llegamos, se despidió de mí y nunca mas la vi.


Los animales del campo pasaron a ser la distracción para seguir disfrutando un poco un dia que ya se veía arruinado. Pero Galicia es Galicia y en poco rato me levanto el espíritu. Comí tortas de leche frita, que una anciana ofrecía al borde del camino, recibí unos dulces higos de regalo, robe uvas de un parral, probé y compre cremosos quesos recién hechos, me acerque a un establo donde estaban ordeñando y me tome un vaso de leche al pie de la vaca, como en mi Florida natal. En síntesis, como que volví a la infancia en mi pueblo, donde los gallegos y los vascos nos brindaban los mismos manjares.


La llegada al marcador de que quedaba solo 100 Km. me encontró solo, pero por alguna razón se volvió en un momento emocionante, cada vez veía la meta más cerca, cada vez me parecía más increíble todo lo que había caminado para llegar hasta allí. Me puse a pensar a todo lo que había aprendido del grupo, del Camino, de España y más que nada sobre mí. La aventura todavía me parecía mentira.


Dos largos puentes reciben al caminante a la entrada de Portomarin, uno casi al nivel del rio, con sus arcos romanos y que data de mucho tiempo atrás. El otro un alto puente, preparado para estar por sobre el nivel del embalsado, tiene un estrecho sendero para peatones. Desde la altura se pueden ver los restos del antiguo pueblo que quedo bajo las aguas cuando se hizo el embalse. Al final una majestuosa escalera da la entrada al pueblo.



La sensación que da al ver esas ruinas en el lecho del rio, es de tristeza.  ¿Quién sabe cuántas historias familiares yacen en las claras aguas?  La iglesia, como siempre, atesoradora de secretos y misterios de siglos, fue movida piedra a piedra y reconstruida en lo más alto del nuevo pueblo y frente al Ayuntamiento, formando hoy parte de la Plaza Mayor y centro de reunión de la comunidad.


Debido a la cantidad de peregrinos y turigrinos, el pueblo estaba lleno totalmente, otra vez los salvadores del día fueron Raul y Javi que habían reservado espacio para todo nuestro grupo antes de salir de Samos.

En el bonito y bien cuidado albergue privado, nos encontramos y conocimos a los padres y la hermana de Carlos, el mejicano, que también se plegaban al Camino. Con esta familia, compartimos lindos momentos de plática, donde el patriarca de la familia, demostró ser un hombre con mucha experiencia bajo el sombrero y cantidades enormes de anécdotas e historias que demandaban atención.

Una buena estadía fue disfrutada por todos, como siempre, Jordi y Yo, buscando un poco de tranquilidad, nos fuimos a un restaurante junto al rio, desde donde admiramos la caída del sol mientras nos saciábamos el apetito.

La seguimos… falta poco para parar en Santiago. 


















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