A la hora
de partir de Villafranca del Bierzo, éramos dos los heridos, Valentina y yo,
con toda la buena intención del mundo, me prepare para los casi 30 km. que nos
separaban de O’Cebreiro, los pies me seguían torturando, le dije a los compañeros
que siguieran que yo no sabía si había llegado al final de mi ruta.
Sabía que
Valentina con sus pies todos llagados tomaría un ómnibus a la salida del pueblo,
así que me decidí a ir con ella aunque fuera unos kilómetros para acortar la
etapa. Me torturaba el pensar que no llegaría a Santiago, pero en ningún lugar había
leído que el Santo esperaba que te mataras para llegar.
Con dolor
en el alma y en los pies, me subí al bus, me baje en un paraje llamado
Trabadelos, así que acorte el tramo en unos diez km., la decisión era que si no
podía llegar a O’Cebreiro por mis medios, después de esto, me tomaría locomoción
hasta Santiago y de ahí directo a Madrid, ya que mi sueño era llegar al
Obradoiro a pie, ya lo intentaría otra vez.
Me dope,
con unas pastillas de antiinflamatorios que había comprado el día anterior, me
saque las botas y medias, después de un baño de Réflex, masajee mis talones y
tobillos hasta calentarlos bien. Calzado de vuelta retome el Camino, iba por
todo o nada.
Al
principio me pareció tan fácil, que pensaba que no iba a tener dificultades, la
etapa se había reducido a un total de 20 km., con voluntad y una petaca de
orujo que llevaba en la bolsa me haría duro y llegaría.
El paisaje
era hermoso, la senda se hacía llevadera, atravesé unos ríos de aguas claras y rápidas,
de a poco el cuerpo me daba mensajes positivos, los analgésicos trabajan horas
extras, se me habían deshinchado los pies y tobillos, el orujo me ayudaba a no
preocuparme, así que contento y silbando chacareras, avance a paso rápido y
seguro. Se fueron once km. como si nada.
OOOOOPPPPPSSSS!!!
Al llegar a un lugar llamado Herrerías, las pantorrillas empezaron a llamarme
la atención, creo que me querían decir que ahora empezábamos a subir y que nos
esperaban casi ocho km. de sacrificio. Les di otro baño de Réflex, tome
bastante agua, me comí un plátano que Jordi me había dado el día anterior y sin
mirar hacia el horizonte, para no asustarme, le pegue un largo beso a la petaca
de orujo, le pedí a mi San Cono amigo que me ayudara y me lance a pie firme
hacia el destino final.
Desde la
salida en Villafranca a unos 500 metros de altura, seguimos casi sin cambiar de
nivel hasta las Herrerías, donde de continuo en siete km. se sube a los 1296
del pueblo de O’Cebreiro. La mochila se hace cada vez más pesada, el bordón se
vuelve el tercer pie de apoyo, el sol que cae a rajatabla te quema la nuca y la
traspiración te corre por la columna vertebral hasta empaparte los calzoncillos.
El único consuelo,
es el paisaje hipnotizador, en un momento mirando hacia las partes
bajas, veo que un colchón de nubes blancas, cubre todo un valle, parece un mar
de espuma que te hace gozar de alegría por la belleza que la naturalesa pone delante de tus
ojos. Camine casi una hora con esa vista, se hacía fácil porque no pensaba en
el esfuerzo.
El sendero
ahora serpenteaba en la montaña, yo solo, pensaba donde estarían mis amigos, a
los cuales los había aventajado, en bus. El pueblo no aparecía, pero por mis
cuentas, no estaba muy lejos, la pendiente se acentuaba cada vez más, en un
momento me di vuelta y camine un trecho corto de espaldas, para aliviar el
dolor de pantorrillas, porque sabía de qué si me detenía… no podría llegar.
Afloje el cinturón
del pantalón, afloje la cincha de la mochila, a esta altura ya respiraba por
las orejas, los pulmones me quemaban, las sombras habían desaparecido y el sol
se divertía con mi sufrimiento. A la derecha del camino, un muro de piedras se
alza como dos metros, el repecho me muestra árboles frondosos y clavado en uno
de ellos un cartel…
Albergue a 300 metros… Bienvenido a O’Cebreiro.
La alegría fue
tanta, que me colme de emoción y lloraba sin control, el miedo que tenia de no
llegar y tener que abandonar, me había torturado todo el día, ahora ya estaba a
300 metros, contento vacié lo que quedaba de la petaca de orujo en mi boca, me
seque con una camiseta el sudor, arregle mi camisa y mochila.
Minutos después entraba
al pueblo como el muchachito de las películas del oeste, firme, altivo y con
aire de ganador. Al rato me desmaye en la cama del primer cuarto que encontré.
Después les cuento más de este pueblo que parece
escapado de un libro de fabulas y del cumpleaños de Jordi que celebramos el
resto del día.
Si todo
sigue como va, hasta Santiago no paro, San Cono me acompaña de cerca y me ayuda
en secreto.
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