Al llegar a Ponferrada nos encontramos con un mar de peregrinos, esperando para registrarse en el albergue. Un lugar muy amplio y limpio, pero el movimiento era mas de carnaval que de peregrinaje, al punto que ni siquiera había lugar en los tendederos de ropa. El bullicio era el mayor que habíamos encontrado hasta ahora.
Nos acomodamos en nuestros lugares, Jordi y yo estábamos al límite de nuestras fuerzas, tan así que después de dormir una corta siesta, nos preparábamos para ir a comer algo a la ciudad, pero ninguno de los dos se esforzaba por caminar hasta el centro histórico de la ciudad. De a poco nos dábamos coraje el uno al otro y así salimos colina arriba rumbo a la plaza central. Deambulamos por media hora sin encontrar un lugar que invitara a entrar, pero en realidad era que no estábamos inspirados.
Sin muchos ánimos comenzamos a bajar rumbo al albergue, no vimos mucho de la ciudad, solo queríamos comer algo y volver a nuestras literas a descansar. Por una calle/plaza/parque, llena de niños jugando y abuelas cuidándolos, nos topamos con un típico restaurant de esos a los que van a comer los locatarios. Nada de lujo, limpio, amplio y evidentemente atendido por sus propios dueños.
Se ve que
nos vieron con cara de hambrientos, el menú peregrino que ofrecían no decía lo que era ni el precio, pero ya al
llegar la primera botella de vino y la cerveza para Jordi, nos empezamos a
sentir más cómodos. Quien nos servía comenzó con un plato de cecina y quesos, después
fue una guerrilla de pastas, costillitas de cerdo, vegetales, sopa, postre,
chupito, café….etc., y cada vez que volvía
nos decía que si queríamos podíamos repetir. La verdad que no sería una
experiencia gourmet, pero si era abundante comida casera, sabrosa que fluía
como del cuerno de la abundancia.
Al terminar, satisfechos, le digo a Jordi que con
todo lo que habíamos comido y tomado, nos iban a cobrar una fortuna, "prepárate para que nos arranquen la cabeza, pero lo que sea estará bien ya que hemos comido opíparamente".
Me acerco a la caja a pagar, el mismo caballero me dice… son 18 Euros, no me pareció caro, la abundancia y la calidad lo justificaban. Le doy mis 20 euros con una sonrisa y las gracias, Jordi se acerca a pagar su parte y el mozo le dice que era 18 por los dos y que yo ya había pagado. Nos miramos incrédulos y nos despedimos agradeciendo el servicio.
Me acerco a la caja a pagar, el mismo caballero me dice… son 18 Euros, no me pareció caro, la abundancia y la calidad lo justificaban. Le doy mis 20 euros con una sonrisa y las gracias, Jordi se acerca a pagar su parte y el mozo le dice que era 18 por los dos y que yo ya había pagado. Nos miramos incrédulos y nos despedimos agradeciendo el servicio.
Lentamente
y observando el bullicio de las familias disfrutando a sus vecinos y niños, nos
retornamos al albergue ya prontos para descansar, sin ver mucho de la ciudad.
El cansancio era rey y nosotros sus súbditos estábamos muy contentos de volver
para entregarnos a los brazos de Morfeo.
Ya
volveremos alguna vez a Ponferrada para conocerla y más que nada a ese
restaurante, del cual no recuerdo el nombre, pero si como llegar.
Las fotos
son algunas sacadas en esa corta caminata, las otras en la mañana del día
siguiente cuando nos íbamos.
Vamos a
apurar el paso, porque de dentro de 40 días parto para la Vía de la Plata, pero
por ahora, hasta Santiago no paramos.
Juan Alberto Pintos Lecuna
Juan Alberto Pintos Lecuna
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