Tuesday, June 24, 2014

Delicias, piedras y alturas, hacia Ponferrada.

La Taberna de Gaia, ahí nos dirigimos con Jordi en cuanto llego al pueblo de Foncebadón. Yo me le había adelantado, culpa de una tendinitis termine haciendo los últimos 7 kilómetros en un vehículo. Me encontró frente al Albergue y junto a la carretera, con una bolsa de hielo tratando de aliviar mis dolores.


Con la intención de comer un bocadillo para aguantar hasta la cena, entramos en ese lugar que no decía mucho de afuera. Adentro, un ambiente totalmente medioeval, te transportaba a otros tiempos, tanto la decoración del lugar como los que lo atendían, parecía escapado de una película sobre las Cruzadas.

Por supuesto que el menú, parecía totalmente fuera de lugar, en un pueblo cuasi abandonado, recuperado solo por el Camino y la afluencia de peregrinos. Era más adecuado para el Húmedo en León, las calles angostas de Pamplona o las Ramblas de Barcelona, pero ahí estaba, guisado de ciervo, codornices en escabeche, chuletón de res sobre pan de tajar, congrio, truchas, postres caseros, vinos finos, chupitos de todo tipo… el recuerdo me hace agua la boca. ¿No bocadillos? Y bueno… Jordi, Yo, Carlos, Javi y otros no tuvimos más remedio que entrar a probar y gozar. Una comida inolvidable, no como para peregrinos pero quizás la mejor del Camino.

Luego de una larga y restauradora comida, tuvimos que volver a la realidad. Nosotros nos quedamos en el que pretendía ser el mejor albergue del lugar, una pocilga hedionda y en un sótano. La banda, se fue a otro bien cerquita, peor y para completar, algunos terminaron la noche atacados por chinches.




La vista y la ubicación de Foncebadón, en plena montaña, lo hace un lugar especial, quiera Dios que puedan mejorar los albergues, porque si no, es un lugar a evitar.


La madrugada me llego pronto, la hinchazón del talón era menos, por lo que opte por tomar una dosis grande de antiinflamatorios, bañar el pie en Réflex y darle como si fuera ajeno. A unos dos kilómetros cuesta arriba nos esperaba la Cruz de Ferro, un lugar icónico del Camino, hasta ahí por lo menos iba a llegar, contra viento o marea.

Llegamos varios del grupo al mismo tiempo, al pie de la Cruz de Ferro, nos maravillamos por la cantidad de piedras que se han ido amontonando a través del tiempo. Según la costumbre, el peregrino trae una piedra desde su casa, para dejar al pie de la Cruz, simbolizando esa piedra sus dolores, culpas o pedidos al Eterno, la cual al ser de espalda al lugar, descarga todo eso que se representa en una piedra.


La mía la había elegido en Toronto con mi nietita Lara, cuando llego el momento de dejarla, una emoción muy especial se apodero de mí. Sin explicaciones, sin razón, pero ella y mi familia estaban en mi mente de una forma que nunca había experimentado. Quizás solo sea cuestión de fe.




Nos sacamos varias fotos, algunas con Ana a la cual habíamos perdido hacía varios días y que volvimos a encontrarla bajo la Cruz. Estábamos en el punto más alto del Camino, a unos 1500 metros, de aquí en adelante nos esperaban otras alturas  respetables, pero ninguna mayor.


Seguimos Camino y desde ahí ya cada uno tomo su paso habitual, mi talón y yo seguimos a paso lento con la intención pero no la seguridad de llegar a Ponferrada.

Cabras, perros escapados, el Albergue de Manjarin, que merece un capítulo aparte y se lo daremos en otra ocasión, caminos junto a la carretera pero lindos y sombreados, fueron el denominador del trayecto, donde siempre descendiendo, de a poco nos íbamos acercando a Ponferrada. Mi pie dolorido, palpitaba como golpeando una puerta, lo mire con desdén y le dije que tenía que llegar conmigo, así que se resignara.

Paso a paso, seguimos, mi pie y Yo, un puente medieval de arcos de piedra,  sobre el rio Meruelo, me invitaba a entrar al pueblo que yo creía que era Ponferrada, pero no, era Molinaseca.  Casi con desaliento me dedique a cruzarlo, el cuerpo me pedía descanso, el estomago comida. 

Sentí que me llamaban a los gritos, repitiendo mi nombre y aplaudiendo, era toda la barra que se había vuelto a juntar y hacia un buen rato que estaban almorzando y descansando en el patio de un bar junto al rio y casi abajo del puente. Los gritos y los aplausos eran para mí, porque la mayoría se imaginaba que este día no iba a llegar a la meta. Yo estaba de acuerdo con ellos, pero a veces se sacan fuerzas de donde sea para cumplir con uno mismo.

Comí con ellos, me tome dos hermosas Coca Cola frías, después me saque las botas y me senté sobre una piedra con los pies en el agua, el talón sonrió y yo también. Ponferrada estaba cerca y un hermoso albergue nos esperaba para acogernos.

Por ahora los dejo, síganme que hasta Santiago no paro.






















Saturday, June 21, 2014

Astorga a Foncebadon, dolor y solidaridad en el Camino.

La noche fue de sufrimiento, en mi estomago, había una revolución total. Los mantecados amenazaban a los hojaldrados, el vino y el orujo tenían una discusión que estaba a punto de volverse violenta. El Cocido Manchego, se puso en el medio de todo esto, quiso copar la banca levantando la voz y haciendo todo tipo de sonidos estruendosos. Yo trataba de contener todo en orden, lo cual no me dejo dormir mucho. Pero por lo menos rumbo a la madrugada se firmó un tratado de paz y todo comenzó a volver a la normalidad.
Para completar, hacia unos días que venía sintiendo un dolor en el talón de Aquiles, se me estaba inflamando y me obligaba a caminar con una cojera que se volvía cada vez más evidente. Debido a todo esto, apenas llegaron las cinco de la mañana, ya estaba pronto para emprender camino. Sabía que el día se me iba a hacer largo y sufrido, así que a adelantarme bien temprano.
Contrario a mis costumbres, comencé a caminar cuando todo estaba todavía en oscuridad, pero la salida de Astorga era segura y ciudad por un buen trecho, cuando llegara a los senderos el sol ya estaría saludando el día.
Me sorprendió la cantidad de peregrinos que ya estaban en la ruta, todos ellos con sus linternas de mineros, alumbrado su camino por una ciudad perfectamente iluminada. Cuestiones de costumbres, lo que más me llamo la atención que la mayoría de los que salían temprano, eran Americanos o Coreanos, los españoles todavía se revolvían en sus catres.

De malhumor por haber salido en la oscuridad, segui hasta encontrarme con la iglesia de San Pedro de Rectivia, donde en una columna lei un mensaje muy interesante que me hizo comenzar a pensar mas positivo.

Mensaje en la Iglesia de San Pedro de Rectivia.
Cuando llegue a la Ermita Ecce Homo, todavía estaba oscuro, me llamo la atención, que ya había alguien sellando las credenciales de los peregrinos,que ya eran abundantes.
Ermita Ecce Homo (foto panoramio) cuando pase por ahi todavia no habia amanecido.
Seguí paso a paso, la tendinitis se acentuaba, los caminos que estaba recorriendo eran muy lindos, con las montañas siempre de fondo en el horizonte y un varios pueblos muy interesante e historicos, pero que el dolor no me dejo apreciar debidamente.

De a poco todo los peregrinos con los que andaba juntos todos los días, me iban superando uno a uno, despacio, más despacio, sufría cada vez que apoyaba el pie, pero el orgullo me seguía empujando a seguir adelante. Subía y bajaba con dificultad los toboganes, pero mi mente estaba puesta en la llegada a Foncebadón.

Llegó un momento en que no aguante más y me senté en una piedra junto al camino, me descalcé, me saque la media y comencé a masajear mi talón frenéticamente. Estaba totalmente frustrado y lo fregaba como para arrancarlo de cuajo.

Raúl y Sandra me encontraron en ese momento, con la tradicional solidaridad que se encuentra en el Camino, se detuvieron para ofrecerme ayuda. Se quedaron un rato conmigo y ofrecieron caminar juntos hasta el destino y que me podía apoyar en ellos. Les pedí que no se preocuparan, yo iba a llegar de cualquier manera. Me dejaron un spray de Reflex para tratar el talón, ante mi testaruda insistencia, siguieron camino, pero yo sé que lo hicieron con reservas, ya que querían ayudarme.

Después de un buen rato me decidí a seguir, parecía que el Reflex estaba funcionando y me sentía menos dolorido. La felicidad no duro mucho, poco antes de llegar a Rabanal del Camino, el dolor se hizo insoportable, en un momento las lágrimas me corrían por las mejillas, pero era más por el dolor de tener que abandonar que por el dolor del pie.

Sobre mi izquierda y a unos pocos metros pasaba una carretera, ya resignado baje por la pendiente hacia ahí y me propuse tomar algún tipo de vehículo que me alcanzara hasta Foncebadon, faltaban unos 6 o siete kilómetros.

Una antigua Combi (Volkswagen)  pintada de vistosos colores y que a paso de tortuga venía por la ruta, se detuvo ante mis señas, una joven procedente de Suecia, se bajó a preguntarme si necesitaba ayuda y se ofreció a alcanzarme hasta mi destino.

Esta hermosa persona, de la que lamentablemente no recuerdo su nombre, junto a su perro, hacía más de dos años que estaban recorriendo Europa y más que nada todos los Caminos a Santiago. Su hippie móvil estaba preparado para ser su casa y se ve que la pasaban muy bien.

Al llegar a Foncebadón la invite a comer el almuerzo, o tomar algo, pero se rehusó ya que tenía que haberse encontrado con unos amigos hace un rato atrás y ellos la estaban esperando. Resulta que su destino era a apenas 100 metros de donde me había socorrido. Ante mi insistencia de que me dejara aunque fuera, colaborar con algo para pagar la gasolina, me respondió “Guárdala para cuando algún otro peregrino necesite ayuda y bríndasela en mi nombre”, me dio un abrazo y se dio vuelta en su camino.

Su gesto de solidaridad me toco profundamente, un rato después, mis compañeros de viaje al llegar me encontraron sentado a la vera del Camino, a la puerta del albergue, los pies sobre una silla y una bolsa de hielo tratando de aliviar el dolor del talón. Con el cuerpo dolorido pero el corazón y el espíritu contento por las muestras de solidaridad que me habían ayudado a llegar.


Fotos y la seguimos, porque si puedo, hasta Santiago no paro.