Después de
echarle una última mirada al majestuoso frente del Convento Benedictino
de San Zoilo, donde había tenido una de mis mejores noches de descanso en todo
el Camino, fui hasta el puente sobre el Rio Carrión, para sacar una foto.
Los datos
que me había dado Jordi, ya que yo siempre viajo sin guía, era de que nos
esperaban 17 kilómetros de camino árido y totalmente descampado, su recomendación
fue de llevar más agua de lo común y algo de comer, para eso antes de irnos a
dormir, habíamos ido al mercado del pueblo a abastecernos de provisiones. El,
frutas y dulce de membrillo, Yo, pan y chorizo, queso, una botellita de medio
litro de vino y dos cocas en lata. A diferentes paladares, diferentes
necesidades, pero como siempre, el me ofrecía algo, o yo a él y terminábamos compartiendo
el botín.
Los
primeros tramos, eran bastante pasables, con algunas sombras y una brisa que
refrescaba lo que ya prometía ser un día de extrema calor. Después de la
primera hora y poco, ingresamos a la Vía Aquitania, una antigua senda romana milenaria,
que nos hizo sufrir las plantas de los pies y los tobillos, ya que la cubierta
que se ve que aplicaron años atrás, está hoy por hoy toda lavada y lo que queda
son cantos y guijarros que se vuelven un suplicio a medida que pasan las horas.
Estaba a
punto de despuntar un pedazo de chorizo, cuando un olor a carne asada me
empieza a despertar de la modorra, por momentos pensé que me lo estaba
imaginando, ya que el lugar estaba supuesto de no tener nada por el trecho de
17 km.
Pero no, allí
en el medio de la nada, como un espejismo, aparece un techo y un pequeño galpón,
donde un Catalán muy emprendedor, ha abierto un chiringuito con comidas y
bebidas, con unas sombrillas y unas mesas, ha hecho un bar que para los peregrinos
es como una especie de bendición.
Bien
comidos y bien bebidos, seguimos viaje, después de que Jordi tuviera una larga
charla en catalán con su coterráneo.
El calor se
volvió intenso y los arboles inexistentes, sol, tierra, extensiones de plantíos
de granos y mucho polvo, son nuestros compañeros hasta Calzadilla de las Cuezas,
que se nos aparece de frente como si fuera otro Hontanas, con sus casas de
barro y apariencia de película del oeste.
El pueblo
no justificaba más que el paso rápido, así que después de tomar una cañita en el bar del lugar, retomamos la ruta rumbo a
Ledigos y después a Terradillos de los Templarios, que sería nuestro final de
etapa.
En mi mente
todavía perduraban los tesoros que había encontrado en Carrión de los Condes,
pase toda la ruta pensando y tomando notas mentales sobre lo que más adelante tendría
que estudiar, sobre este lugar que me impresiono tanto. La vinculación al Poema
del Cid, los templarios, la masonería, de la cual encontré muchos signos muy
evidentes y algunos medianamente ocultos.
También
quedaban en el tintero la maravillosa biblioteca Jacobea de San Zoilo y las
historias sobre la Cañada Real Leonesa, una ruta que por siglos fue utilizada por
los pastores, que llevaban sus rebaños de León a Extremadura y viceversa.
¿Cuántas
vidas discurrieron alrededor de esta Vía Aquitania? Fue utilizada para la
guerra, la paz, el comercio y hoy, miles de peregrinos la recorren, mientras se
quejan del calor, del frio, de la distancia y de los guijarros que lastiman sus
pies. Todo esto lo pienso hoy que estoy escribiendo, mientras estaba ahí, lo
tome como algo que no hay más remedio que hacer para llegar a Santiago.
!Hay que
tontos que somos los hombres! Siempre vivimos mejor los momentos, cuando
los tenemos en el pasado.
Esta etapa la pongo en el debe, la tengo que hacer otra
vez, más lentamente y concentrándome en la cabeza y no en los pies, ya que
ellos son solamente un medio de transporte.
Por hoy los
dejo con unas fotos, que no son muchas, en la próxima les cuento de Los
Templarios y su pueblo, de las casas e iglesias de barro y Jacques de Molay, el
ultimo jefe supremo de los Templarios.
Síganme de
cerca que después de tomarnos unas cervezas con Javi, Jordi, Ana y la barra,
hasta Santiago no paramos.
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