El
encontrar una ermita a la salida del pueblo, todavía a la media luz de la
madrugada, me puso de lleno de vuelta en el Camino, cruzamos el hermoso puente sobre
el rio Oja y resueltos a llegar hasta el albergue de Belorado le dimos un paso rápido
y firme a la travesía.
A poco de
partir nos encontramos con un sendero junto a la carretera nacional, un
marcador de distancia nos hace sentir bien, faltan solamente 560 km. para
llegar a Santiago de Compostela. La distancia ya no nos asusta, los primeros
casi 250 km. fueron difíciles, pero el cuerpo y principalmente las piernas, ya están
acostumbradas a los largos trechos. Jordi empieza con sus zancadas largas y el
repiqueteo de sus bastones se empieza a alejar de a poco, ya no necesitamos ni decir
hasta luego, los dos sabemos que de una forma u otra nos vamos a seguir
encontrando y que Dios mediante vamos a llegar, eventualmente juntos a
Santiago.
Nos volvemos
a encontrar más adelante, justo bajo el cartel anunciador de que entrabamos a
la provincia de Castilla y León, el se había detenido en una de sus frecuentes
paradas de descanso, o de visitas, ya que le gusta conversar con la gente y es común
encontrarlo con diferentes grupos o personas con los que se entretiene un rato.
A la mierda…
una francesa en bicicleta, con el apuro con que la mayoría de los franceses
recorren el Camino, en su afán de llegar rápido y además tratar de ver a la
pasada todo lo máximo, se distrajo pedaleando y leyendo el cartel, sin
molestarse ni siquiera a aminorar la marcha, en un lugar donde había muchos
peregrinos congregados y distraídamente sacando fotos. ¡Al suelo!, el gran
arquitecto del universo, había planeado que allí, ella se detuviera… rodo por
el camino desparejo de tierra y gravilla, las rodillas y los codos sangraban
profusamente, los peregrinos la ayudaron a levantarse, le sentaron en una
piedra, la curaron y limpiaron las heridas. Como ya había muchos
ayudando, nosotros seguimos camino a nuestro paso, unos 15 minutos después, a
toda velocidad y sin tocar ni siquiera timbre para avisar que venía, nos
sobrepasa la francesa, toda remendada pero sin aprender nada.
El resto
del recorrido del día no tuvo nada de especial, más bien monótono, lo que me
llamo la atención fueron las caras dibujadas en los girasoles, donde los
peregrinos se detienen y dejan mensajes a otros o simplemente dibujan sonrisas simpáticas.
De ahí en adelante seguimos caminando juntos con mi compañero, hasta llegar a
Belorado, cruzamos unos cuantos pueblos, todos con su Calle Mayor o única, su
Plaza Mayor o única, y más o menos todos iguales. Al punto que varias veces la
pregunta cómica del día era… ¿sabes cómo se llama esta calle?
La entrada
a Belorado, angosta y bien cuidada, nos encuentra con todavía muchas fuerzas y
ganas de caminar un poco más, lo conversamos, Jordi mira la guía en su teléfono
y decidimos seguir unos 5 km. hasta el
paraje de Tosantos.
En una panadería
compramos una barra grande de pan, chorizo, queso, jamón y por supuesto coca
colas frías. Nos dirigimos a la hermosa y arbolada Plaza Mayor, donde habiamos decidido
almorzar antes de continuar.
Y ahí naaaa…
estábamos placenteramente descansando y comiendo a la sombra, los pueblerinos
que pasaban saludaban al pasar y nos deseaban el típico “Buen Camino”, varios niños
andaban en sus bicicletas, los bares y cafés de alrededor de la Plaza
estaban bien concurridos y reinaba en el ambiente un sentido de paz y
tranquilidad. De golpe, un borrachito, en alto estado etílico, o como decimos
los Uruguayos, “mamao hasta las patas”, con manchas de vino en su piel y en sus
ropas, se nos acerca con una botella de vino todavía sin descorchar, nos pide
algo para abrirla y mientras tanto con dificultad da vueltas alrededor del
banco donde estamos sentados. Tratamos de ignorarlo mientras otros parroquianos
nos hacen seña de que no le demos bola, pero esta tan cargoso que saco mi
navaja para destaparle su vino. Mientras descorcho me pregunta de dónde soy,
cuando le digo Uruguay fue como si le hubiera mencionado un planeta distante y
en otra galaxia, no tenía ni idea. L o gracioso se dio cuando Jordi le dijo que
era de Barcelona, el hombre tenía su opinión sobre Cataluña y la expresaba
repetitivamente diciendo a gritos… Barcelo
naaaaa, Tarrago naaaaa, Badalo naaaaa, Catalu naaaaa.
Le entregue
su botella, la beso como a una novia que hace tiempo no se ve, y siguió dando
vueltas a nuestro alrededor hasta que nos fuimos. Riéndonos de lo ocurrido,
emprendimos viaje hacia nuestro destino en Tosantos, al salir del pueblo, me
acordaba de la “principesa”, Mertxe, que el primer día de Camino, me había dicho
que por lo menos quería llegar hasta Belorado.
Los veo después,
síganme que hasta Santiago no paro.
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