Gregorio,
un gitano de Rumania, estaba instalado en la cama contigua a la mía, a pesar de
que había otras 39 vacías. Su apariencia no me despertaba ninguna confianza,
cuando abrió la boca y empezó a contarme historias, mas me puso en duda. “soy
rumano, bueno…gitano,… no tengo un duro en mis bolsillos,…espero que no hagan
una revisión nocturna porque me metí al albergue sin registrarme,… estoy
agotado porque pase la noche al raso con una sueca y después de tarde se le
antojo una siesta bajo los árboles,…el hambre me está matando estoy solo a agua
porque en las fuentes es gratis,…”
Así se
introdujo y me lleno de suspicacias, como a mí nunca me faltaba algo para comer
dentro de la mochila, saque pan, chorizo, queso y el resto de un bollo dulce
que me había sobrado el día anterior y que todavía conservaba, todo lo hizo
desaparecer como si fuera una aspiradora.
Me dejo
intranquilo, como todavía faltaba más de una hora para que cerraran el
albergue, me decidí a salir a tomar otro vinito riojano y tratar de dejar atrás el
sentido de temor e inseguridad que me había asaltado.. Por primera vez en el
Camino, me preocupe de llevarme los documentos y el dinero extra conmigo, me
asegure de tener el teléfono y me fui a un chiringuito cerca para sentarme a
pensar y descansar la mente. Antes de salir, con el espíritu solidario de el
Camino, le di 10 Euros y le dije que pagara el hospedaje, así no lo molestarían
a él ni a mí a altas horas de la noche.
Casi una
hora después, volviendo para dormir, paso por la puerta de un bar, ahí estaba
Gregorio con una botella de vino, una morocha hablándole al oído y en la mesa
creo que vi el cambio de mis solidarios 10 Euros.
No lo sentí
regresar, agotado física y mentalmente por todos los altibajos que había tenido
el día, me dormí casi con temor, con el dinero el teléfono y los documentos
bajo la almohada. Además, como cuando duermo en el bosque, mi fiel navaja quedo
abierta junto a la mano que siempre pongo bajo mi cabeza.
Las
primeras luces y ruidos de la madrugada me despertaron, Gregorio ya no estaba y
su equipo tampoco, encontré todos mis valores en su lugar, sobre la almohada en
la litera de al lado, un papel escrito con lápiz de labio decía, “Gracias
Alberto, ciao”.
Prepare
todo en unos minutos y me lancé a la calle, estaba ansioso por llegar a Logroño,
donde dentro de unas horas y después de casi cuarenta años, me reencontraría
con Kitty Downes, lo que sería el plato fuerte de la primera parte del Camino…
llevaba en mi cabeza y en mi corazón, una carga enorme de recuerdos, historias,
momentos y fotos que nunca nos habíamos sacado, cuentos que no nos habíamos
contado. Llevaba conmigo una amistad de años que estaba sin usar y se peleaba
por desparramarse en horas de charlas y silencios.
La caminata
fue corta y rauda, creo que sin darme cuenta, llegue en poco menos de dos
horas, el sol me acompaño y las viñas me robaron el alma, a mi sombra la vi
corriendo entre los surcos invitándome a visitar el corazón del vino. Los paisajes
se me fueron desapercibidos, me acerque a la ciudad por un hermoso parque
boulevard, junto al rio Ebro, que
pavoneando su belleza me dejo a los pies del antiguo Puente de Piedra, que me brindo la mejor foto
que saque en todo el camino.
Todavía
faltaban más de horas para el encuentro, así que me puse a recorrer la ciudad. Primero
me dirigí al Paseo del Espolon donde nos íbamos a encontrar, frente al café Viena, como
esto estaba fuera del circuito normal de los peregrinos, me pareció que me
miraban un poco con curiosidad, mi mochila, el bordón y la facha de sucio del
camino, me delataban como que estaba fuera de mi ruta. Desanduve el camino y me
fui para donde están los albergues, recorrí las calles, visite parques e
iglesias.
Cuando
sonaban las campanadas de las doce en la Catedral de Santa Maria de la Redonda,
llegue otra vez al punto de encuentro, desde un auto sale corriendo Kitty, me
da un abrazo, me presenta a su hija, que era la conductora, y comenzamos
nuestro viaje hacia Torremontalbo y las Bodegas Amezola de la Mora donde
pasaría dos días junto a la familia de mi querida amiga.
Estas
serian mis vacaciones dentro del Camino, para un fiel devoto del dios Baco, fue
como llegar al paraíso. Viñedos hasta donde te de la vista, construcciones
antiguas e históricas, cavas repletas de vinos, vinos añejando, vinos en sus
barricas, vinos siendo envasados y empacados en cajas, hermosos jardines,
piscina, sol, calor, una hermosa y mullida cama, baño privado y para completar buena charla, comer acompañada
con una amiga del alma y con buenos vinos.
El rigor
del Camino quedaba atrás por unas horas, Gregorio no era ya ni siquiera una
memoria, el temor que había sentido desapareció, yo ya tenía otras cosas en que
pensar.
A disfrutar
que ya nos veremos en Santo Domingo de La Calzada… porque hasta Santiago no
paro.
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