Monday, November 11, 2013

Pamplona a Cirauqui, cuestion de fe, fuentes y perdón.

Con el alma un poco apesadumbrada, a las seis de la mañana me puse en ruta, después de haber disfrutado una buena estadía en Pamplona y en el hermoso albergue parroquial de Jesús y Maria, limpio, prolijo, bien equipado, en el centro histórico de la ciudad y además de todas las facilidades también había un grupo de hospitaleros que te recibían y despedían con una sonrisa.

Todavía estaba oscuro, pero el Camino dentro de la ciudad está bien marcado y las conchas símbolo del Camino de Santiago, iluminadas justo hasta la salida. Crucé un hermoso parque que linda con la Fortaleza de Pamplona y caminé junto a un rio hasta que casi sin darme cuenta, estaba llegando a Cizur Menor, donde mi compañero Jordi y Ana habían ido a dormir. Un poco dolorido de haber sido dejado atrás, ni me preocupe de saber si ya habían partido o todavía estaban en preparativos, eran apenas la siete, mire el albergue donde ellos estarían de reojo, como caliente, y aceleré el paso, asegurándome a mí mismo que solo o acompañado, hasta Santiago no paraba.
Al amanecer las tres iglesias del pueblo se veían majestuosas, mirando para atrás y con el sol apenas salido sobre el horizonte era una vista maravillosa. Las aspas de los gigantes molinos/turbinas que cubren todo a lo largo la Sierra del Perdón, a lo lejos, brillaban amenazantes, la altura y la distancia a la que estaban, ponía una sombra de duda en mi y en todos los caminantes. El camino largo, angosto, pedregoso y escabroso se mostraba como invitando a comerte de una solo mordida.

Zariquigui nos espera en la cima del primer repecho importante que subo, a la entrada, la magnífica iglesia de San Andrés, te recibe con una fuente de agua fresca, muros y bancos donde sentarte a desayunar y descansar un rato. Después de once kilómetros de caminata, es como un oasis, compro un café y una coca cola en un chiringuito frente a la iglesia, con pan de ayer, queso y un bollo dulce desayuno.  Después de rellenar mis botellas de agua y estar pronto para partir siento mi nombre gritado a toda garganta. Como a doscientos metros antes del pueblo, cuesta arriba venían Jordi y Ana, quienes al verme ya con la mochila colgada y bastón en mano, gritaban para que los esperara.

Con abrazos y palmoteos en la espalda, nos saludamos los tres, con evidente alegría del reencuentro. Yo ya estaba curado de mi enojo y contento de verlos. Ellos decidieron desayunar, yo, como siempre soy el más lento y el camino que venía era bravo, comencé a caminar a mi paso, sabiendo que me alcanzarían más adelante, para terminar la etapa juntos.

La fuente de la Reniega me esperaba antes de comenzar el ascenso, dicen que el nombre viene de una leyenda que cuenta que, en tiempos antiguos, el Diablo se le apersono a un peregrino sediento y le prometió todo el agua que quisiera y necesitara, a cambio de renunciar a Dios, la Virgen Maria y el apóstol Santiago. El peregrino casi al borde de la muerte, se negó a su pedido y comenzó a rezar fervorosamente, una vez que el Diablo se fue totalmente defraudado, apareció una hermosa fuente de agua clara, fresca y cristalina, que sacio la sed del fiel y lo premio por su fe.
Volqué el agua que tenía en mis botellas, yo también simbólicamente quería beber de esa fuente y renegar del Diablo. Me sacie y sentí como que me lavaba el espíritu. Simplemente una cuestión de fe.

Dicen que al llegar al Alto del Perdón, todos tus pecados son perdonados, yo diría que con lo que sufrí para llegar arriba, también tendría que ser perdonado por todos los que cometa de ahora en adelante, es decir que se merecería un perdón vitalicio.
En la altura hay unas figuras metálicas, donde se ve la frase “Donde se cruza el camino del viento con el Camino de las estrellas”.

Estas figuras erigidas y diseñadas por el artista Vicente Galbete, nos muestran peregrinos de diferentes épocas en su Camino De Santiago. Una hermosa obra que a pesar de estar justo debajo de los molinos gigantes y su zumbido, no pierde importancia haciéndote recordar que estas en un camino milenario y siguiendo los pasos de miles que ya hicieron el sacrificio.
La bajada es tanto o más dura que la subida, el viento embolsa la mochila y te zarandea de lado a lado, obligando al bastón a ser tu soporte principal.
Uterga , Murazabal y Obanos, se suceden uno atrás del otro en los últimos kilómetros antes de llegar al Puente de la Reina. Este lugar, donde se unen otros dos caminos que vienen del sur y del norte, es el lugar preferido históricamente para albergarse por la noche, después de más de 20 kilómetros de fajina.

Yo a pesar de haber sufrido mucho la Sierra del Perdón, me sentía muy fuerte y con ganas de seguir, así que recorrí  el pueblo lentamente disfrutando de todas sus bellezas y Salí por el antiguo Puente de la Reina rumbo a Mañeru, a unos seis kilómetros de distancia. El sendero empezó a subir rápidamente y dude de haber tomado una buena decisión, ya que sin mirar el perfil del camino, me había lanzado a caminar sin pensar en los altos que se venían. Pero ya estaba en el baile, así que en una fuente, recargué agua, me sacié la sed y le di para adelante.

En la cima de un repecho asqueroso divisé el pueblo y pensé que no estaba tan mal, cantando o silbando, contento con lo logrado subí lentamente y me dirigí al albergue.

 “CERRADO POR LAS FIESTAS DEL SANTO” leía el cartel en la puerta del único albergue del pueblo, a unos cien metros, la música en la Plaza Mayor indicaba de la algarabía de los locales todos reunidos en la celebración. Me acerque, comí una salchicha al pan, me tome mi coca cola de rigor, hice preguntas sobre donde quedarme y ahí fue donde descubro que si quiero dormir al abrigo, tengo que caminar otros tres kilómetros hasta Cirauqui.
Ahora si estaba cansado y casi desahuciado, un local me mostraba el camino a seguir y decía que era bastante plano. Cirauqui un pueblo de la época medieval, está en la cima de un cerro, después de unas de las cuestas mas empinadas que había encontrado hasta ahora. Descansa un poco el espíritu el ver este pueblo rodeado de viñedos y plantíos de cereales. La calle empinada que se transforma en escalera y llegue hasta las murallas de la ciudad, me llevo hasta la Plaza Mayor  y la Iglesia de San Román, pero lo más importante hasta un albergue donde me esperaba Jordi, que había llegado un rato antes.

Había hecho unos 30 km., estaba rendido, antes de entrar, me descalcé, me sacié de agua de la fuente de la iglesia y me acosté en el empedrado de la plaza… “la pucha llegué” me decía entre mi, contento de saber de qué hasta Santiago no paraba.






 












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