Todavía
estaba oscuro, pero el Camino dentro de la ciudad está bien marcado y las
conchas símbolo del Camino de Santiago, iluminadas justo hasta la salida. Crucé
un hermoso parque que linda con la Fortaleza de Pamplona y caminé junto a un
rio hasta que casi sin darme cuenta, estaba llegando a Cizur Menor, donde mi compañero
Jordi y Ana habían ido a dormir. Un poco dolorido de haber sido dejado atrás,
ni me preocupe de saber si ya habían partido o todavía estaban en preparativos,
eran apenas la siete, mire el albergue donde ellos estarían de reojo, como caliente,
y aceleré el paso, asegurándome a mí mismo que solo o acompañado, hasta
Santiago no paraba.
Al amanecer
las tres iglesias del pueblo se veían majestuosas, mirando para atrás y con el
sol apenas salido sobre el horizonte era una vista maravillosa. Las aspas de
los gigantes molinos/turbinas que cubren todo a lo largo la Sierra del Perdón, a
lo lejos, brillaban amenazantes, la altura y la distancia a la que estaban, ponía
una sombra de duda en mi y en todos los caminantes. El camino largo, angosto,
pedregoso y escabroso se mostraba como invitando a comerte de una solo mordida.
Zariquigui
nos espera en la cima del primer repecho importante que subo, a la entrada, la magnífica
iglesia de San Andrés, te recibe con una fuente de agua fresca, muros y bancos
donde sentarte a desayunar y descansar un rato. Después de once kilómetros de
caminata, es como un oasis, compro un café y una coca cola en un chiringuito
frente a la iglesia, con pan de ayer, queso y un bollo dulce desayuno. Después de rellenar mis botellas de agua y estar pronto para partir siento mi nombre gritado a toda garganta. Como a doscientos
metros antes del pueblo, cuesta arriba venían Jordi y Ana, quienes al verme ya
con la mochila colgada y bastón en mano, gritaban para que los esperara.
Con abrazos
y palmoteos en la espalda, nos saludamos los tres, con evidente alegría del
reencuentro. Yo ya estaba curado de mi enojo y contento de verlos. Ellos decidieron
desayunar, yo, como siempre soy el más lento y el camino que venía era bravo, comencé
a caminar a mi paso, sabiendo que me alcanzarían más adelante, para terminar la
etapa juntos.
La fuente
de la Reniega me esperaba antes de comenzar el ascenso, dicen que el nombre
viene de una leyenda que cuenta que, en tiempos antiguos, el Diablo se le
apersono a un peregrino sediento y le prometió todo el agua que quisiera y
necesitara, a cambio de renunciar a Dios, la Virgen Maria y el apóstol
Santiago. El peregrino casi al borde de la muerte, se negó a su pedido y comenzó
a rezar fervorosamente, una vez que el Diablo se fue totalmente defraudado, apareció
una hermosa fuente de agua clara, fresca y cristalina, que sacio la sed del
fiel y lo premio por su fe.
Volqué el
agua que tenía en mis botellas, yo también simbólicamente quería beber de esa
fuente y renegar del Diablo. Me sacie y sentí como que me lavaba el espíritu.
Simplemente una cuestión de fe.
Dicen que
al llegar al Alto del Perdón, todos tus pecados son perdonados, yo diría que
con lo que sufrí para llegar arriba, también tendría que ser perdonado por
todos los que cometa de ahora en adelante, es decir que se merecería un perdón vitalicio.
En la
altura hay unas figuras metálicas, donde se ve la frase “Donde se cruza el
camino del viento con el Camino de las estrellas”.
Estas
figuras erigidas y diseñadas por el artista Vicente Galbete, nos muestran
peregrinos de diferentes épocas en su Camino De Santiago. Una hermosa obra que
a pesar de estar justo debajo de los molinos gigantes y su zumbido, no pierde
importancia haciéndote recordar que estas en un camino milenario y siguiendo
los pasos de miles que ya hicieron el sacrificio.
La bajada
es tanto o más dura que la subida, el viento embolsa la mochila y te zarandea
de lado a lado, obligando al bastón a ser tu soporte principal.
Uterga , Murazabal
y Obanos, se suceden uno atrás del otro en los últimos kilómetros antes de
llegar al Puente de la Reina. Este lugar, donde se unen otros dos caminos que
vienen del sur y del norte, es el lugar preferido históricamente para
albergarse por la noche, después de más de 20 kilómetros de fajina.
Yo a pesar
de haber sufrido mucho la Sierra del Perdón, me sentía muy fuerte y con ganas
de seguir, así que recorrí el pueblo
lentamente disfrutando de todas sus bellezas y Salí por el antiguo Puente de la
Reina rumbo a Mañeru, a unos seis kilómetros de distancia. El sendero empezó a
subir rápidamente y dude de haber tomado una buena decisión, ya que sin mirar
el perfil del camino, me había lanzado a caminar sin pensar en los altos que se
venían. Pero ya estaba en el baile, así que en una fuente, recargué agua, me
sacié la sed y le di para adelante.
En la cima
de un repecho asqueroso divisé el pueblo y pensé que no estaba tan mal,
cantando o silbando, contento con lo logrado subí lentamente y me dirigí al
albergue.
“CERRADO POR LAS FIESTAS DEL SANTO” leía el
cartel en la puerta del único albergue del pueblo, a unos cien metros, la música
en la Plaza Mayor indicaba de la algarabía de los locales todos reunidos en la celebración.
Me acerque, comí una salchicha al pan, me tome mi coca cola de rigor, hice
preguntas sobre donde quedarme y ahí fue donde descubro que si quiero dormir al
abrigo, tengo que caminar otros tres kilómetros hasta Cirauqui.
Ahora si
estaba cansado y casi desahuciado, un local me mostraba el camino a seguir y decía
que era bastante plano. Cirauqui un pueblo de la época medieval, está en la
cima de un cerro, después de unas de las cuestas mas empinadas que había encontrado
hasta ahora. Descansa un poco el espíritu el ver este pueblo rodeado de viñedos
y plantíos de cereales. La calle empinada que se transforma en escalera y
llegue hasta las murallas de la ciudad, me llevo hasta la Plaza Mayor y la Iglesia de San Román, pero lo más
importante hasta un albergue donde me esperaba Jordi, que había llegado un rato
antes.
Había hecho
unos 30 km., estaba rendido, antes de entrar, me descalcé, me sacié de agua de
la fuente de la iglesia y me acosté en el empedrado de la plaza… “la pucha
llegué” me decía entre mi, contento de saber de qué hasta Santiago no paraba.
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