Los Arcos
es majestuosa, sus calles angostas, su plaza principal donde encontramos un hermoso
mercado vecinal. Su Iglesia principal y ayuntamiento estas adornados por sus
hermosos arcos arquitectónicos que le dan el nombre a la ciudad. En el mercado
me abastecí de chorizo, pan y queso, en el banco aproveche para rellenar la
billetera que venía boqueando, nos encontramos con Ana, Jordi y Sara, nos
tomamos un café, descansamos y después de un rato comenzamos de a uno a
proseguir la ruta.
Como yo tenía
en mente estar en dos días en Logroño, y tenía que encontrarme con Kitty al mediodía
en el centro de esa ciudad, decidí hacer unos 30 km. hasta Viana, desde donde estaría
a unas cuatro horas de cómodo andar hacia la cita con mi amiga, por lo tanto mi
meta de hoy era la antigua y hermosísima ciudad de Viana.
Los próximos
20 km. que enfrente fueron quizás, los más duros físicamente y mentalmente, que
enfrentaría en la primera parte del Camino. La temperatura andaba arriba de los
30 grados, el sol caía con toda su fuerza y a eso del mediodía te quemaba la
piel, al punto de que para protegerme me tuve que poner una camiseta de manga
larga, que a pesar de que era muy caliente, me protegía de llagarme los brazos.
Sansol, Torres del Rio, el Alto del Poyio,Barranco de Cornava… subidas y
bajadas acentuadas y que el calor hacia más difícil de digerir.
Después de
pasar Torres del Rio, comenzó la tortura, hacía rato que no veía a nadie en el
Camino, a pesar de que estaba bien demarcado, cada tanto dudaba de mi rumbo y
cuestionaba si me había equivocado de ruta, todo fruto del calor y la desolación
que se estaba apoderando de mi. El alto del Poyio con su antigua y hermosa
ermita me ven pasar sin casi prestarle atención, con la botella de agua casi vacía,
paso casi al trote por la fuente sin recargar. Al rato cuando se me termina el
agua, me descuelgo la mochila para sacar mi botella de reserva, que la había puesto
ahí en St. Jean de Pied du Port.
La botella
de reserva no estaba, donde la había perdido no sé, solo sé que estaba en seco
y el sol abrasador me exigía agua y me torturaba. Al borde de abandonar,
agotado física y mentalmente, viendo que se venía otra altura, me acerque a la
carretera a esperar un auto o un ómnibus que me acercara a Viana. Me senté a la
sombra de unos arbustos y me di 15 minutos de espera, si en ese tiempo no
pasaba nada, significaba que tenía que seguir y Santiago tenía designado que
llegara a Viana a pie.
Nada, pasó
el plazo, cumpliendo con lo que me había dicho, rumbee para el Camino que
estaba a unos doscientos metros, cuando llego a la cima y me reintegro a la
ruta, escucho la bocina de un auto que desde la carretera me saludaba. Me sonreí,
sacudí la cabeza, entre a caminar a paso seguro.
A la hora
de camino y después de saciar varias veces mi sed con uvas verdes de las viñas
circundantes me encontré con un pareja de italianos jóvenes que extenuados, se habían
sentado a la sombra a comer y tomar algo, compartieron conmigo un poco de agua
y me dieron media botellita para llevar. El agua parecía caldo, caliente y
poca. Volví a surtirme de uvas verdes y robadas, para combatir la boca seca y seguí
gastando talón, a paso firme. Con Viana ya a la vista pero como a 3 km. de
distancia, de atrás alguien grita mi nombre, era Sara que supuestamente se había
quedado a dormir una siesta bajo los árboles, espere a que me alcanzara, ella
como siempre lucia alegre y totalmente descansada, me dio la mitad de su agua y
siguió adelante rauda y silbando una canción… fue la última vez que la vi.
De capa caída,
agotado, reseco y con el espíritu en duda llegue a la entrada de la ciudad,
donde una hermosa fuente de agua fresca me esperaba de brazos abiertos. Bebí, recé,
celebre, me descalcé y bañe mis pies en la fuente.
Había
llegado a Viana… ahora sabía que mi destino deparaba que hasta Santiago no
paraba.
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