Wednesday, November 27, 2013

Viana, Ciao Gregorio...Hello Kitty...

 
Gregorio, un gitano de Rumania, estaba instalado en la cama contigua a la mía, a pesar de que había otras 39 vacías. Su apariencia no me despertaba ninguna confianza, cuando abrió la boca y empezó a contarme historias, mas me puso en duda. “soy rumano, bueno…gitano,… no tengo un duro en mis bolsillos,…espero que no hagan una revisión nocturna porque me metí al albergue sin registrarme,… estoy agotado porque pase la noche al raso con una sueca y después de tarde se le antojo una siesta bajo los árboles,…el hambre me está matando estoy solo a agua porque en las fuentes es gratis,…”
Así se introdujo y me lleno de suspicacias, como a mí nunca me faltaba algo para comer dentro de la mochila, saque pan, chorizo, queso y el resto de un bollo dulce que me había sobrado el día anterior y que todavía conservaba, todo lo hizo desaparecer como si fuera una aspiradora.

Me dejo intranquilo, como todavía faltaba más de una hora para que cerraran el albergue, me decidí a salir a tomar otro vinito riojano y tratar de dejar atrás el sentido de temor e inseguridad que me había asaltado.. Por primera vez en el Camino, me preocupe de llevarme los documentos y el dinero extra conmigo, me asegure de tener el teléfono y me fui a un chiringuito cerca para sentarme a pensar y descansar la mente. Antes de salir, con el espíritu solidario de el Camino, le di 10 Euros y le dije que pagara el hospedaje, así no lo molestarían a él ni a mí a altas horas de la noche.
Casi una hora después, volviendo para dormir, paso por la puerta de un bar, ahí estaba Gregorio con una botella de vino, una morocha hablándole al oído y en la mesa creo que vi el cambio de mis solidarios 10 Euros.

No lo sentí regresar, agotado física y mentalmente por todos los altibajos que había tenido el día, me dormí casi con temor, con el dinero el teléfono y los documentos bajo la almohada. Además, como cuando duermo en el bosque, mi fiel navaja quedo abierta junto a la mano que siempre pongo bajo mi cabeza.
Las primeras luces y ruidos de la madrugada me despertaron, Gregorio ya no estaba y su equipo tampoco, encontré todos mis valores en su lugar, sobre la almohada en la litera de al lado, un papel escrito con lápiz de labio decía, “Gracias Alberto, ciao”.
Prepare todo en unos minutos y me lancé a la calle, estaba ansioso por llegar a Logroño, donde dentro de unas horas y después de casi cuarenta años, me reencontraría con Kitty Downes, lo que sería el plato fuerte de la primera parte del Camino… llevaba en mi cabeza y en mi corazón, una carga enorme de recuerdos, historias, momentos y fotos que nunca nos habíamos sacado, cuentos que no nos habíamos contado. Llevaba conmigo una amistad de años que estaba sin usar y se peleaba por desparramarse en horas de charlas y silencios.
 
 

La caminata fue corta y rauda, creo que sin darme cuenta, llegue en poco menos de dos horas, el sol me acompaño y las viñas me robaron el alma, a mi sombra la vi corriendo entre los surcos invitándome a visitar el corazón del vino. Los paisajes se me fueron desapercibidos, me acerque a la ciudad por un hermoso parque boulevard,  junto al rio Ebro, que pavoneando su belleza me dejo a los pies del antiguo  Puente de Piedra, que me brindo la mejor foto que saque en todo el camino.

Todavía faltaban más de horas para el encuentro, así que me puse a recorrer la ciudad. Primero me dirigí al Paseo del Espolon donde nos íbamos a encontrar, frente al café Viena, como esto estaba fuera del circuito normal de los peregrinos, me pareció que me miraban un poco con curiosidad, mi mochila, el bordón y la facha de sucio del camino, me delataban como que estaba fuera de mi ruta. Desanduve el camino y me fui para donde están los albergues, recorrí las calles, visite parques e iglesias.
 
Cuando sonaban las campanadas de las doce en la Catedral de Santa Maria de la Redonda, llegue otra vez al punto de encuentro, desde un auto sale corriendo Kitty, me da un abrazo, me presenta a su hija, que era la conductora, y comenzamos nuestro viaje hacia Torremontalbo y las Bodegas Amezola de la Mora donde pasaría dos días junto a la familia de mi querida amiga.
Estas serian mis vacaciones dentro del Camino, para un fiel devoto del dios Baco, fue como llegar al paraíso. Viñedos hasta donde te de la vista, construcciones antiguas e históricas, cavas repletas de vinos, vinos añejando, vinos en sus barricas, vinos siendo envasados y empacados en cajas, hermosos jardines, piscina, sol, calor, una hermosa y mullida cama, baño privado y  para completar buena charla, comer acompañada con una amiga del alma y con buenos vinos.
El rigor del Camino quedaba atrás por unas horas, Gregorio no era ya ni siquiera una memoria, el temor que había sentido desapareció, yo ya tenía otras cosas en que pensar.
A disfrutar que ya nos veremos en Santo Domingo de La Calzada… porque hasta Santiago no paro.



 
 

Monday, November 25, 2013

Viana y el espíritu del Camino.



Nos reunimos con algunos de la barra en la calle principal de Viana, todos ellos seguían a Logroño, yo ya había decidido quedarme en esta ciudad, así que después de unas tapas y unas cervezas, ellos se marcharon y yo me dispuse a buscar albergue. Un viejo convento servía de lugar de reposo para los peregrinos, a su lado una antigua basílica semi derrumbada, había sido recuperada y transformada en un tipo de parque o espacio de reunión para los locales. Se ve que en sus tiempos fue un edificio maravilloso y de gran magnitud, hoy conserva su importancia para la gente, pero le sirve de otra manera.

 
La cama que me asignaron, era en un dormitorio con más de 40 literas de dos niveles, los techos eran de más de 10 metros de altura, no tenía ni una sola ventana, el olor a humedad y encierro era casi insoportable, para completar este inmenso espacio, era alumbrado por una sola lámpara de no mucha potencia y para colmo, yo era el único peregrino que lo ocupaba. Todo esto unido al día matador y deprimente que había tenido, hizo que me duchara de apuro, me vistiera y saliera a recorrer la ciudad, a pesar del cansancio que tenia.

Camine por sus calles antiguas y angostas, subí y baje escalinatas que me llevaban a diferentes barrios y niveles, rodee totalmente el casco histórico. Tome dos o tres cervezas en diferentes lugares y saque fotos a lugares interesantes, pero desde donde fuera que estuviera, siempre terminada con la vista en los grandes picos de la catedral que regenteaba majestuosa todo el panorama. Era como un imán que me atraía, así que de a poco y despacio me acerque a ella, entre y la recorrí a paso lento, otros peregrinos y locales entraban y salían. A mí, algo me invitaba a enlentecer el paso, me senté en un banco de una capilla lateral y creo que empecé a rezar, estaba como sonámbulo.

A la salida un cura que quizás era un poco mayor que yo me saluda con un “¿Bienvenido peregrino, quieres ver mi iglesia?”  Le conteste que ya la había visto, su contestación fue “Me di cuenta que la miraste, pero creo que no la vistes”. Me dejo intrigado y lo seguí como un autómata, escuchando atentamente sus explicaciones sobre las distintas capillas y sus retablos, el altar, los confesionarios y hasta la sacristía, este cura estaba realmente enamorado de su iglesia y le brotaba su devoción por todos los poros. Después del tour, me fui, pero a los pocos metros, algo me empujaba a volver, entre nuevamente, busque al cura y le pedí para pasar al confesionario.
A esta altura sin saber porque, las lágrimas me brotaban como a un niño, el padre me dijo que ni confesión ni penitencia eran necesarias, que el Todopoderoso sabe de mí, que conoce mis penas y mis alegrías, me dio mis virtudes y mis defectos. Me brindo la absolución y un abrazo. Cuando me vio emocionalmente más calmado, me brindo la bendición de los peregrinos, se dio vuelta y se fue a rezar frente a Maria Magdalena.

Esta experiencia tan profundamente espiritual, era la primera vez que la sentía, me dejo agotado pero con una sensación de vacío, que sugería que estaba pronto para llenar mi espíritu con lo que el Camino me deparara. No era un vacio de desolación era un vacio que presagiaba días y momentos mejores.
Me quede en las inmediaciones y volví para la misa, fue una de las mas disfrutada en mi vida. El cura, mi estado emocional, las ansias de seguir adelante y mis nuevas esperanzas del Camino, habían abierto una nueva ventana a mi espíritu.
No soy una persona muy religiosa, aparte de mi continua devoción a San Cono, pero ese cura me hizo sentir  realmente bienvenido y apreciado. Desde ese día en adelante vi el Camino de una forma diferente.
Me comí unos pescaditos fritos, los rocié con unos vasitos de vino de la región, a paso lento, satisfecho física y espiritualmente me fui al albergue a dormir solo en mi gigante y lúgubre aposento.
Al llegar me encuentro otra cama ocupada, era Gregorio, un gitano rumano, que lo primero que hizo fue contarme sus penas y aventuras con una tal Sara, a la cual le gustaba dormir siestas en el bosque o pasar la noche al raso, pero no sola. Pero eso ya es otra historia en sí sola, que la dejamos para después, ya que el tiempo y el espacio sobran y Yo ...
Hasta Santiago no Paro.









Saturday, November 23, 2013

A Viana, me rindo… agua.

La salida de Villamayor de Monjardin, nos lleva por sus calles empinadas hacia un hermoso valle ondulado que se extiende hasta casi la entrada de Los Arcos, son más de 10 km. de toboganes leves, con plantíos de cereales y viñedos que a pesar de hacerse un poco monótono, calma el espíritu e invita a caminar con oración y reflexión en mente.

Los Arcos es majestuosa, sus calles angostas, su plaza principal donde encontramos un hermoso mercado vecinal. Su Iglesia principal y ayuntamiento estas adornados por sus hermosos arcos arquitectónicos que le dan el nombre a la ciudad. En el mercado me abastecí de chorizo, pan y queso, en el banco aproveche para rellenar la billetera que venía boqueando, nos encontramos con Ana, Jordi y Sara, nos tomamos un café, descansamos y después de un rato comenzamos de a uno a proseguir la ruta.

Como yo tenía en mente estar en dos días en Logroño, y tenía que encontrarme con Kitty al mediodía en el centro de esa ciudad, decidí hacer unos 30 km. hasta Viana, desde donde estaría a unas cuatro horas de cómodo andar hacia la cita con mi amiga, por lo tanto mi meta de hoy era la antigua y hermosísima ciudad de Viana.
Los próximos 20 km. que enfrente fueron quizás, los más duros físicamente y mentalmente, que enfrentaría en la primera parte del Camino. La temperatura andaba arriba de los 30 grados, el sol caía con toda su fuerza y a eso del mediodía te quemaba la piel, al punto de que para protegerme me tuve que poner una camiseta de manga larga, que a pesar de que era muy caliente, me protegía de llagarme los brazos. Sansol, Torres del Rio, el Alto del Poyio,Barranco de Cornava… subidas y bajadas acentuadas y que el calor hacia más difícil de digerir.

Después de pasar Torres del Rio, comenzó la tortura, hacía rato que no veía a nadie en el Camino, a pesar de que estaba bien demarcado, cada tanto dudaba de mi rumbo y cuestionaba si me había equivocado de ruta, todo fruto del calor y la desolación que se estaba apoderando de mi. El alto del Poyio con su antigua y hermosa ermita me ven pasar sin casi prestarle atención, con la botella de agua casi vacía, paso casi al trote por la fuente sin recargar. Al rato cuando se me termina el agua, me descuelgo la mochila para sacar mi botella de reserva, que la había puesto ahí en St. Jean de Pied du Port.

La botella de reserva no estaba, donde la había perdido no sé, solo sé que estaba en seco y el sol abrasador me exigía agua y me torturaba. Al borde de abandonar, agotado física y mentalmente, viendo que se venía otra altura, me acerque a la carretera a esperar un auto o un ómnibus que me acercara a Viana. Me senté a la sombra de unos arbustos y me di 15 minutos de espera, si en ese tiempo no pasaba nada, significaba que tenía que seguir y Santiago tenía designado que llegara a Viana a pie.

Nada, pasó el plazo, cumpliendo con lo que me había dicho, rumbee para el Camino que estaba a unos doscientos metros, cuando llego a la cima y me reintegro a la ruta, escucho la bocina de un auto que desde la carretera me saludaba. Me sonreí, sacudí la cabeza, entre a caminar a paso seguro.
 
A la hora de camino y después de saciar varias veces mi sed con uvas verdes de las viñas circundantes me encontré con un pareja de italianos jóvenes que extenuados, se habían sentado a la sombra a comer y tomar algo, compartieron conmigo un poco de agua y me dieron media botellita para llevar. El agua parecía caldo, caliente y poca. Volví a surtirme de uvas verdes y robadas, para combatir la boca seca y seguí gastando talón, a paso firme. Con Viana ya a la vista pero como a 3 km. de distancia, de atrás alguien grita mi nombre, era Sara que supuestamente se había quedado a dormir una siesta bajo los árboles, espere a que me alcanzara, ella como siempre lucia alegre y totalmente descansada, me dio la mitad de su agua y siguió adelante rauda y silbando una canción… fue la última vez que la vi.

De capa caída, agotado, reseco y con el espíritu en duda llegue a la entrada de la ciudad, donde una hermosa fuente de agua fresca me esperaba de brazos abiertos. Bebí, recé, celebre, me descalcé y bañe mis pies en la fuente.
Había llegado a Viana… ahora sabía que mi destino deparaba que hasta Santiago no paraba.



 

Monday, November 18, 2013

Hacia Villamayor de Monjardin, llagas, vino, Koki y Brasil.


La cena en Cirauqui fue muy buena, los hospitaleros que tienen el albergue en una casa centenaria y  muy bien renovada, en la Plaza Mayor, han hecho del lugar algo muy acogedor, limpio, buenos espacios y más que nada una atención incomparable. En los sótanos del edificio, se encuentran unas salas pequeñas y muy bien cuidadas, que en la antigüedad eran bodegas, hoy son el comedor del lugar. Te hace sentir bien y además la comida de primera y económica, y eso que estoy hablando de un menú peregrino de 10 euros y regado con todo el vino que puedas o desees tomar.

La bajada y salida del pueblo, es empinada y como recién esta aclarando hay que cuidar los pasos, para no terminar rodando hacia el valle. Los pies se posan ahora en una antigua vía romana, que nos acompaña por alrededor de 2 kilómetros. De a poco Jordi comienza a tomar su paso habitual y yo el mío, lo que significa que en poco rato ya no lo veré y nos encontraremos en la próxima parada o en algún pueblo para almorzar, ya que mis almuerzos son de 10 o 15 minutos y los de él pueden ser da una hora o más.


Se suceden un montón de subidas y bajadas que a pesar de no ser de gran altura son bien empinadas, como la entrada a Lorca, Villatuerta y Estella. Todos estos lugares nos muestran unas construcciones medioevales de gran envergadura y la mayoría de ellas bien conservadas, además de muchas vistas de valles y grandes extensiones que representan las típicas postales del Camino, donde las sendas se extienden por kilómetros rodeadas de plantaciones de cereales y las viñas que ya de a poco se empiezan a insinuar, adelantando la llegada a La Rioja.










En este trecho, sentado al borde del sendero, cansado y medio como rezando, siento que una pareja de peregrinos se viene acercando, una música alegre los acompaña en su paso acelerado, pero no apurado, ya que avanzan decididamente pero sin mostrar apuro o urgencia. Yo sentado sobre una piedra baja, no me había sacado la mochila, porque me servía de respaldo contra un terraplén que tenia atrás. Mientras comía una banana que me había dejado Jordi y bebiendo mi infaltable coca cola, los veía acercarse como bailando. Uno era un brasilero, joven, esbelto y mostrando en su vestimenta y mochila los verdeamarelos tan típicos, el otro, alto, flaco de paso largo pero no apurado, japonés y de nombre Koki. Los dos caminaban  juntos desde Pamplona, comunicándose en el poco ingles que ambos tenían, pero no parecía un obstáculo para seguir juntos y contentos.

Se paran frente a mí para saludar y conversar, yo trato de pararme, pero el peso de la mochila y lo bajo de la piedra me lo dificultan. Los dos al mismo tiempo me extienden una mano para ayudarme, cada uno me habla en su idioma, pero creo que los dos decían lo mismo…”vamo’arriba viejo”.

Conversamos y caminamos juntos por un tiempito, pero el paso de ellos no era ni cerca del mio, asi que les agradecí la compañía y los libere para que siguieran adelante. Un “buen camino” que repetimos los tres nos sirvió de despedida. Después de este encuentro, a Koki y Brasil, los encontraba en casi todas las etapas, generalmente donde había música y cerveza. Ellos tenían su forma de hacer el Camino y se divertían haciéndolo. Varias etapas más adelante Koki me ve y se viene a despedir afectuosamente, se volvía a Japón, debía reintegrarse a la Universidad, donde estudiaba medicina. Brasil siguió solo y ya no se le veía tan alegre.
Cuando ya andaba por los 27 kilómetros de camino por el día, me doy cuenta que ni había planeado donde iba a quedarme, cuál sería el final de etapa. En un pequeño bar a la entrada de Villamayor de Monjardin, me esperaba Jordi, mi fiel compañero de ruta, ya se había tomada una cervecita y encontrado un albergue donde pasar la noche.

El día había sido muy bueno, lo único que me había distraído un poco era una gran ampolla en el pie derecho, pero que al llegar a Iratxe, había tratado de curar con bastante éxito, una distracción que me llevo a perderme la famosa Fuente del Vino en el Monasterio de Iratxe. Mientras que yo me dirigí hacia la parte baja del pueblo donde había un parque con fuente, donde pensaba lavar bien y descansar mis pies antes de curarlos, los peregrinos se desviaban hacia la izquierda para visitar el monasterio y su fuente. Así que yo, un fiel súbdito de Baco, me quede enllagado y sin vino. Habrá que volver.
Los dejo con unas fotos y seguimos, ya que hasta Santiago no paro.