A las 6 de
la mañana, ya estaba pronto para comenzar los largos 21 kilómetros que me
separaban de Roncesvalles, el corazón de los Pirineos me esperaba y la ansiedad
que sentía, solo se comparaba con la curiosidad que tenia de si podría llegar a
destino, en una pieza y en tiempo de conseguir una cama en el albergue, la idea
de que llegaría después de las 10 de la noche, me aterraba, me imaginaba
sufriendo en la montaña y avanzando para atrás.
Apenas estábamos
los cinco juntos, partimos, el camino era totalmente escabroso y las piedras
sueltas y las zanjas no permitían apoyar bien el paso.
A medida que subíamos, íbamos
penetrando en una niebla cada vez más espesa, que no dejaba ver a más de 10
metros de distancia.
Desde los campos por los que travesábamos, nos llegaba el
sonido distintivo de las montañas europeas, el sonido de los cencerros, tanto
las vacas como las ovejas que se nos cruzaban a poca distancia y en abundancia,
nos brindaban su música tan particular, y a pesar de que casi no los veíamos, sabíamos
que estábamos rodeados.
En uno de
los recodos del Camino, y cuando la niebla era más espesa, casi me topo con una
imagen de cómo dos metros de una Virgen, que apareciendo en la bruma parecía fantasmagórica.
Mertxe casi con lagrimas en los ojos exclamaba…! encontré una virgen, ahí en el
promontorio, ven mírala, es una hermosura!
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Seguimos
trepando y el dolor se empezó a sentir en las piernas, ya que eran muy pocos y
cortos los tramos donde no había repecho. Eso y lo desparejo y rocoso del
camino te hacía estar totalmente concentrado en poner un pie delante del otro.
Fue la etapa en que tome menos fotos, a pesar de ser una de las más hermosas.
Los compañeros
al principio íbamos los cinco en grupo, pero de a poco nos fuimos dando cuenta
de que no todos podíamos seguir el mismo paso, así que casi sin decirlo, cada
uno fue buscando su ritmo, Pedro y Joaquín, los más jóvenes y fuertes,
comenzaron a distanciarse, Jordi con sus dos bastones de apoyo los seguía de
cerca y más atrás, cada vez más atrás, Mertxe y yo empezamos a perderlos de
vista.
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Poco a poco
fuimos superando los escollos, la horas se sumaban, en la mochila yo tenía queso,
chorizo, pan y agua no nos faltaba, así que paramos una o dos veces a hacer
muela y recuperar fuerzas.
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Paso a paso
nos acercábamos al primer albergue en territorio español La Colegiata de Santa Maria de Roncesvalles,
un lugar que se merece un capítulo aparte. Al avistar ese hermoso lugar desde
las laderas pirenaicas, empieza a rondar en la cabeza la idea de que ya
llegamos.
A mí se me
llenaron los ojos de lagrimas… había cruzado la parte más dura de los Pirineos,
lo había hecho en alrededor de 8 horas, pero más que nada… había vencido a mis
dos peores enemigos… la edad y el miedo.
Satisfecho de mi mismo, entre a Roncesvalles
como quien entra a un baile, fresquito y sacando pecho.
… la seguimos
y hasta Santiago no paramos.
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