El día de
hoy, fue difícil, la mente no quería y el cuerpo tampoco. La intención era
seguir recorriendo las rutas de las Colinas de Caledon, por dos razones básicas,
primera y primordial, porque hay lugares y senderos hermosos, la segunda, que
como es muy ondulado y en partes escabroso, me ayuda a prepararme para la
tortura que yo me imagino, va a ser el cruce de St. Jean de Pie du Port a
Roncesvalles y sus 25 kilómetros de pura montaña pirenaica.
Apenas comenzada
la ruta me encontré con unos bañados cubiertos de una vegetación verde y densa
que cubría el agua como una membrana. Los mosquitos se hicieron un festival
conmigo, pero ya era tarde para arrepentirse.
Seguí hasta
que encontré un sendero que une el paraje de Palgrave hasta Glen Haffy, una
zona de conservación de floresta, que es muy linda y amplia. Este camino, lo habíamos
hecho una vez con Wilson Cáceres, hace como quince años, ahora me pareció más
oscuro, ya que los arboles evitan totalmente la penetración del sol, los
helechos frondosos cubren como un manto todo el lugar. Las subidas y bajadas se
venían de golpe, sin aviso, como discurso de tartamudo se repetían y
repiqueteaban mis piernas sin descanso, implacablemente.
A esta
altura, que no eran más de 6 o 7 kilómetros, la mente empezó a confabularse con
el cuerpo y me discutían sobre necesidad de hacer esto. Me enoje con los dos y seguí
camino, pero los cómplices me seguían martirizando. Corté por lo sano, para
distraerme, prendí el celular, puse radio Clarín a todo volumen y me encaje los
auriculares. A las horas pares con Gardel y el resto con música típica y
folklore, pude llevar la jornada más plácidamente y sin tener que discutir
conmigo mismo.
Como
siempre me maravillé con los montes, las flores salvajes, un ciervo que se me
cruzo como a veinte metros, me senté a la sombra de un gigantesco roble y comí
tranquilo. A la sombra de ese hermoso árbol y rodeado de un silencio absoluto
me sentí feliz… y hasta creo que llegue a dormirme por unos minutos.
Termine volviendo a la San Cono que me esperaba en el punto de salida, satisfecho de haber hecho unos 20 kilómetros, a pesar de que el cuerpo y la mente no querían. El argumento que les di fue…
Yo hasta Santiago no paro y punto.
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