Friday, January 20, 2012

Historias cortitas.- De orejanos y matreros.


  Imagen de Enrique Castells Capurro, Tropeando

El hombre contaba que hacía dos o tres días que el tubiano se le había asustado de una víbora y lo revolcó.  Por ese lado del Cerro Espuelitas, todo el paisaje esta erizado de cerritos, mares de piedra y una cantidad enorme de grietas en las rocas, que a veces alcanzan varios metros de profundidad.
Dice Don Armenio, que buscaron a Rogelio por varios días, recorrieron montes y cañadas, se arrancaron la piel de los brazos y la cara contra los espinillos bajos y densos. Los caballos entre relinchos de protestas se arañaban las ancas con las espinas de los talitas, pero nadie se daba por vencido. Había que encontrar a Rogelio.

En el proceso, encontraron los animales orejanos, por los cuales se habían metido en el monte trecheroso. Un estanciero de las afueras de Polanco, donde Rogelio era peón, lo había acusado al paisano de robarle varios animales. Diciendo “no se puede dar conchabo a forastero”, lo había denunciado en la comisaria, Rogelio sabiéndose inocente no sabía que hacer. El miedo a la autoridad y el instinto de gaucho y tropero, criado en los montes del Santa Lucia, lo llevo al galope para el monte, buscando refugio y buscando orejanos. El estaba casi seguro que esos animales se habían ganado para la sombra del monte nativo, buscando el fresco, en un verano que hacia cantar a la chicharra.
Paso horas buscando y siguiendo rastros que lo llevaban a ningún lado, subió y bajo cerros. Vio  coronillas, talas, tembetari y hasta alguna que otra aruera, los molles y los caroba, se apretaban contra las piedras, y él en su tubiano seguía buscando a “esos bichos del diablo”.

De repente, una Yarará asustada, desde una grieta, le tira el lance al hocico del tubiano. El caballo sorprendido, recula y bellaquea, tirando a Rogelio que de espaldas se cae a una grieta de más de cuatro metros de profundidad. Desmayado y con una pierna quebrada en dos partes, yace Rogelio en el fondo de esa fosa.
Junto a un arroyo cerca de Polanco, están haciendo boca y descansando los caballos, Don Armenio Morales y otros dos troperos, que iban a buscar tropa por Pirarajá. Dos milicos en un Jeep paran a saludar y preguntan si conocen a Rogelio Miranda y les cuentan que el hombre “matrereando, hace tres días se gano pa’l monte”.
Mientras tomaban mate, Armenio le dice a sus compañeros que sigan camino solos, que él conoce a Rogelio y va a seguirle el rastro, “porque ese hombre no es matrero y algo raro está pasando”. Dejando la tropa para después, los tres ensillaron y salieron rumbo al Espuelitas, campo fértil “pa’ orejanos y matreros”.

En su fosa, Rogelio despierto, trata de salir del hueco donde ha caído, pero la pierna no se lo permite. Curtido por la sed y el hambre, decide hacer de tripas corazones y salir de ahí, aunque duela. Corto la bota que le torturaba la pierna hinchada, se saco la camisa y de la camiseta que llevaba abajo, hizo tiras largas, tipo vendas. Se revolvió en el pozo y se arrastro para alcanzar una rama de quebracho, que casi petrificada yacía en el fondo de la grieta.  Busco otra, pero no había, como pudo se entablillo las quebraduras, del lado de adentro el pedazo de quebracho, de afuera, el facón envuelto en el cuero de la bota, todo atado como un matambre con las tiras de la camiseta.
Se arranco las uñas y pelo la espalda contras las piedras, pero de a poco y con una “pata colgando”, pudo salir. Era de madrugada, cuando sintió ruido de caballos, ya cansado y dispuesto a entregarse, se arrastro hasta un claro del monte y se sentó en un tronco a esperar.

¡Buenas y santas! Dijo Don Armenio a modo de saludos, Con la pata buena, Rogelio pego un salto y con la otra arrastrando se acerco con alegría a los tres jinetes que lo habían encontrado. Saludo con fuertes apretones de manos y con pocas palabras. Con muchas ganas le dio un largo beso al chifle que le brindaron.
Lo montaron en un caballo que traían de relevo, rejuntaron los orejanos y sin pedir o dar explicaciones, rumbearon tropeando para los campos del estanciero. Al llegar, echaron los bichos a un potrero, fueron a las casas a notificar el retorno de los animales y sin pedir que le pagaran a Rogelio lo que se le adeudaba y sin disculpas, los cuatro rumbearon para Pirarajá. Un doctor le enyeso la pierna, comieron y tomaron para recuperar fuerzas y sentados al lado de un fogón el paisano empezó a contarles.

“Hacía dos o tres días que el tubiano se me había asustado de una víbora y me  revolcó.  Por ese lado del Cerro Espuelitas, todo el paisaje esta erizado de cerritos, mares de piedra… lindo pa ser orejano, pero fiero pa ser matrero, se me acabo la vida de forastero... me vuelvo con Uds pa Florida”.
El Tordillo


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