De mujer a mujer
Eugène IonescoCUANDO, TRAS HABERLE dicho que iba a casarme, mi madre fue a casa de mi novia, y cuando ésta le abrió la puerta, mi madre la miró un momento, aunque la conocía, y desde hacía bastante tiempo, como si tuviese, frente a ella, a otra persona; la miraba con otros ojos, como cuando se contempla un paisaje desde otra perspectiva, que le hace aparecer diferente: una amiga, hija de una amiga, pero una extraña, se convertía, de una forma inesperada, en la pariente más próxima, en alguien como su hija, en alguien como otro yo mismo, en alguien también como otra ella misma, en alguien que ella esperaba desde siempre, que presentía, que no reconocía y, a la vez, que le parecía conocer desde el comienzo de los tiempos: la persona designada, desde siempre, por el destino, a la vez impuesta y elegida. Era la princesa, su heredera, que pronto iba a convertirse en la reina, en su lugar. Mi futura mujer respondió a esa mirada de mi madre; mi madre tenía los ojos llenos de lágrimas, pero contenía su emoción y sus labios, que temblaban un poco, adoptaron una expresión indecible. No sé en qué medida eran conscientes de lo que se decían sin hablar. Era una comunicación muda, una especie de ritual breve que volvían a descubrir espontáneamente y que debía estarles siendo transmitido desde siglos y siglos: era una especie de otorgamiento de poderes. En aquel momento mi madre cedía su plaza y me cedía también a mi mujer. La expresión del rostro de mi madre quería decir esto: ya no es mío, es tuyo. Cuántas recomendaciones silenciosas, cuánta tristeza y cuánta felicidad, cuántos temores y esperanza, cuántas renuncias, había en aquella expresión. Era un diálogo sin palabras fuera de mí, un diálogo de mujer a mujer.
Aquel ceremonial no duró más que unos instantes, pero debió estar hecho con arreglo a las reglas, según una ley muy antigua; y porque era un misterio, mi mujer consintió, interpretó aquel juego sagrado y, obedeciendo a una voluntad, a un poder que las trascendía, me ató a ella, se ató a mí por toda la eternidad. Nunca ha intentado desligarse. No ha conocido nunca a otro hombre. Me ha sucedido que he querido desligarme por un momento o por varios, pero mis escapadas eran consideradas como sacrilegios. Mi madre me confió a mi mujer, que me tomó a su cargo y que se convirtió, a partir de entonces, en mi único pariente, más madre que mi madre, mi hermana, una novia perpetua, en mi hijo y mi compañero de lucha. Estoy seguro de que así sucedió, estoy convencido de que mi mujer, que me tomó a su cargo, nunca ha podido, o querido, descargarse de mí, y que ese lazo nunca ha podido ser roto porque el compromiso sagrado ha intervenido.
Mi madre murió tres meses después de mi boda. La quería enormemente. No sufrí con su muerte porque tenía una nueva familia, la madre de mi mujer, mi mujer; estaba acogido, estaba al abrigo, instalado, reintegrado. Aunque quiera romper esta unidad, no conseguiré más que hacer algunas brechas, algunas heridas; aunque alimente otras nostalgias, aunque quiera otra primavera y otro sol, aunque aspire a un nuevo comienzo de la existencia, eso no puede hacerse, eso es inconcebible, la fuerza del misterio realizado es la más grande.
Un cosmos se ha desarrollado a partir de ese germen, se ha constituido, y yo soy el personaje principal, el centro de ese cosmos: no hay más mundo que éste, y ésta es una premisa permanente; que ya no esté yo allí, al menos mentalmente, sería lo que formaría un agujero, un abismo, que se alargaría hasta los confines del mundo, en el que todo se sumiría. No creo que mi muerte física, que indudablemente causaría estragos, destruyera ese mundo; pero la ausencia espiritual, con toda seguridad, lo aboliría.
El autor
EUGÈNE IONESCO nació en Slatina (Rumania) en 1909 y murió en París en 1994. Vivió la infancia y la adolescencia en París, y regresó a Rumania para sus estudios de Letras. En 1938 regresó definitivamente a París. El estreno de La cantante calva en 1950 fue el comienzo de una abundante producción dramática (Las sillas, El rey ha muerto, El rinoceronte, entre otras). Junto con Samuel Beckett constituyó el dúo central del así llamado "teatro del absurdo". El texto de esta página está incluido en su Diario (Guadarrama, 1968). La traducción es de Marcelo Arroita-Jauregui.Extraido del suplemento cultural de El Pais.-
No comments:
Post a Comment