Recién llegado al pago y con ganas de ver campo, cargue unas cacharpas en la valija del auto y salí rumbeando para visitar la zona del arroyo Timote. Las ruinas del saladero y los espesos montes nativos del área, siempre me traen recuerdos de otras épocas, de aventuras vividas en esas costas, de capinchos, pescas, tiros, matrereadas y sustos.
Al llegar al lugar, como siempre lo primero que hice fue ganarme para el lado de las ruinas y caminarlas despacio, como buscando un tesoro, los viejos muros me invitaban a la reflexión, al recuerdo, a la busca de verdades viejas, que después cambie por realidades nuevas. De a poco rumbee para el rio, donde el monte todavía muy natural, me puso un poncho de sombra fresca en el cuerpo y un aroma de nostalgias en el alma.
Mi lugar preferido para armar campamento, es mismo abajo del puente, al cobijo del viento y la lluvia, donde pesco poco o mucho pero me siento como en casa, desde la orilla del monte mire para el puente y vi que ya tenía inquilino, pero la figura la figura que se movía cerca de los caballos me pareció conocida y los dos pingos también.
“Buenas tardes, viejo amigo… ¿le molesta si me acerco?” grite al acercarme.
“Acérquese nomas, Tordillo, hacia tiempo que no nos cruzábamos por estos caminos de Dios”.
Don Armenio Morales, ya tenía el fuego prendido, los caballos atados y el mate pronto, sobre una piedra se oreaba un pedazo de capón, que esperaba su destino sobre las brasas.
”Anda con dos caballos, se ve que va en busca de una tropa…”
“No mi amigo, ando de vacaciones, como Ud. sabe hace años que estoy de casero en un campito chico, por allá por Reboledo, y como a Ud. por allá por el norte, hay veces que los alambrados y las camas con colchones nos hacen sentir prisioneros, añoro los tiempos de tropeadas y leguas recorridas. Así que me estoy haciendo el turista, le pedí unos días al patrón y salí a recorrer un poco”.
“¿Y para donde va?”
“Ud. conoció al Purrete Melgarejo”
“Por supuesto, en los pagos de Polanco del Yi”
“El mismo, bueno para esos lados voy, a tomarme unas cañitas con el hombre y visitar viejos amigos”
“Qué lindo viaje, que lastima que no lo pueda acompañar, pero es un trecho largo y por lo que se, los caminos por ahí están destrozados, tengo miedo que el auto me deje de a pie”
“No tan así, a caballo y “Conpermiso”, son más o menos unas ocho leguas, puede dejar el auto por aquí, vamos hasta lo de los Fleitas, allá en el bajo, dejamos el auto, le pedimos un recado prestado para el zaino y nos tomamos unas vacaciones juntos”
Le costó poco convencerme, tomamos mate, comimos, le dimos unos besos a una de tres litros de tinto. Con el sol recién refregándose los ojos, después de unos amargos, ya estábamos en las porteras de los Fleitas, saludos, explicaciones, auto para un galpón, zaino ensillado con recado prestado. Todo un remolino de efectividad y pocas palabras, el vecino nos despidió al mismo tiempo que nos daba un hatijo de arpillera con un buen pedazo de capón y tres chorizos de su última faena.
Desde el caballo le dimos la mano, y comulgamos con un trago de grapamiel, de la botellita que yo llevaba en mi chaleco.
En vez de salir para el camino, Don Armenio rumbeo para el corazón del campo, destino noroeste, sin brújala, pero un conocimiento instintivo de los puntos cardinales solo comparable con el de los pájaros.
Montes de eucaliptus, arroyos, cañadas, pedregales, arboles solitarios, tajamares, ranchos y cascos de estancias, todo servía como punto de referencia, “Conpermiso”, gritaba el hombre con respeto y reverencia, cada vez que abría una portera que nos llevaba a los campos ajenos que nos servían para cortar camino rumbo a Polanco. Hicimos unas cuatro leguas sin ver gente, al tranco, casi sin hablar, los animales nos ignoraban como si fuéramos parte del paisaje natural, a lo lejos veíamos las casas de los habitantes de la zona… cerca de la caída del sol, un montecito de talitas, refugio de las ovejas, nos abrió sus brazos para que preparáramos donde descansar y comer.
Un paisano que nos había visto de lejos, se acerco, los dos gauchos se dieron un fuerte apretón de manos…
“Como anda Don Garín, le grite el “Conpermiso” al abrir la portera que viene de lo de Torres, pero como no sentí respuesta, me tome el atrevimiento de entrar y trotear su campo” explico Morales.
“Que alegría, hacía tiempo que no se le veía cruzar por acá, bienvenido, si no se va arrimar a las casas, déjeme que vuelvo en un rato, voy a agarrar uno de esos capones, carneamos para la cena y después proseamos un rato” respondió Garín.
“No se moleste, bájese nomas, que ya vamos a preparar el mate, carne tenemos en las maletas, acá mi amigo, el Tordillo Pintos, también trajo unas galletas de lo de Castellini, y si lo conozco bien, capaz que hasta algún litro de tinto se le coló en la maleta, déjenos ser sus anfitriones , ya que Ud. pone el campo”
Hablaron de tiempos viejos, de tropas, sequias, inundaciones, muertos y vivos. De mi abuelo Aniceto que había esquilado en la zona, de mi padre, que había andado de mercachifle por estos pagos, no había tema en el que no tuvieran algo en común.
Yo escuchaba y disfrutaba sin casi intervenir, esa noche aprendí sobre nuestra gente de campo, más de lo que podía haber imaginado, la tardecita se hizo noche, la noche le golpeo las puertas a la madrugada, ahí fue donde Don Garín decidió que tenía que rumbear para las casas para atender las tareas. Se despidió, monto, desde el caballo me dio el “permiso” para cruzar sus campos cuando fuera y con quien fuera.
Toda la mañana anduvimos cerca del montecito, bajamos hasta un arroyo, una tararira medianita que pesque al apuro, termino panza arriba en la parrilla, después del almuerzo, una siesta a la sombra encontró a Don Morales de sorpresa y lo tumbo por varias horas, para recuperar la noche. Era evidente que no tenia apuro ninguno y estaba disfrutando de sus vacaciones, yo le seguía el paso, le respondía cuando me hablaba o le escuchaba cuando se explayaba, sin interrumpirlo, disfrutando de sus largas historias o tratando de interpretar sus profundos e interminables silencios.
De madrugada cuando me desperté, los caballos ya estaban cerca y prontos para ensillar, el agua caliente para el mate, el último pedazo de capón chisporroteaba sobre las brasas. Don Armenio sentado sobre una piedra, un poco alejado, miraba hacia el campo abierto, como si estuviera mirando su pasado, perdido en sus pensamientos parecía una estatua de Rodin.
Después de desayunar opíparamente, seguimos recorriendo distancias, la nochecita nos iba a encontrar frente al mostrador del Purrete…
Dos días deambulamos por esos pagos, recorriendo los ranchos de los amigos en Polanco, acampados en los predios de la feria rural, remojándonos en el rio, Don Armenio decidió con unos paisanos amigos, el seguir hasta el Carmen, para volver con una tropa que había que llevar a la rural de Florida.
Por mi parte, aunque fui invitado, decidí dejarlo disfrutar de sus vacaciones y emprender mi regreso. El zaino ensillado me esperaba en el palenque del boliche, compre unas galletas, una pierna de capón, unos chorizos secos, dos litros de tinto, medio quilo de yerba, rellene la petaca de grapamiel y me despedí de los parroquianos.
Don Armenio me esperaba junto al caballo, me encomendó a seguir la misma ruta, sin cambios, me dio los nombres de algunos lugareños de la ruta, que no dudara en usar su nombre al cruzar los campos, que el zaino lo largara en el campo de Fleitas, devolviera el recado y les avisara que el volvería en unos días a verlos.
El “hasta la próxima”, fue muy emotivo, esta vez el fuerte apretón de mano se complemento con un fuerte abrazo, “porque uno nunca sabe si se vuelve a ver”, me dijo con mucho sentimiento, me prestó todos sus “Conpermisos” y me señalo el rumbo hacia la primera portera.
El Tordillo