A todos los que me mandaron mensajes sobre lo que escribí sobre El Sabalero, les quiero decir que a pesar de que quizás haya dado la impresión de que éramos grandes amigos, no era así.
Como bien lo dije, nuestros caminos se cruzaron varias veces en más de cuarenta años, tuvimos muchos encuentros y muchas charlas, pero el ponerle el sello de “amigo” creo que va mas allá de la realidad. Nuestros caminos eran totalmente diferentes, nuestra sensibilidad también, lo que nos unía era un amor por las cosas nuestras, además de que siempre de una forma u otra siempre estuve vinculado con sus contrataciones en Canadá.
La razón por la que yo siempre admire como era, fue que nunca lo vi de mal humor, jamás se quejo de lo que encontraba cuando llegaba, jamás se negó a brindar un poco más, no a los empresarios, sino que a su público, a su gente, que lo seguía en todas sus visitas como si llegara un miembro de la familia.
No, no puedo decir que él me contara entre sus amigos, pero si puedo decir que me trataba como si así fuera. Por eso siento que su partida me toca tan a fondo, porque si hubiera tenido la oportunidad, me hubiera gustado ser su amigo.
A Néstor Vaz, el eximio bandoneonista floridense, a Jose Negrette que tan sentidamente leyó mi artículo en su programa de radio, a Claudio Brum que me escribió dos o tres veces sobre el tema, a Cocona, mi querida amiga del alma, a todos los que se tomaron su tiempo para compartir conmigo un poco de ese dolor, les doy las gracias y un fuerte abrazo, porque ustedes también celebraron su vida al saludar su muerte.
El Tordillo
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