No importa la hora que sea, yo se que en algún momento, antes de que termine este día, tendré una de mis visitas rituales.
La memoria es algo maravilloso, de repente nos trae imágenes alegres y coloridas, al rato lugares y hechos, más tarde personas y quereres.
A mi esto me sucede constantemente, en cuanto le permito a mi mente el desengancharse de la rutina del trabajo diario, se va para algún recoveco y me trae cosas que inconscientemente, he dejado en el olvido o he descuidado por algún tiempo.
Así es como un día me trae la cara del abuelo Serapio, con su boina azul, que con una sonrisa picarona, me hace un chiste, me recuerda la “sopa de ajo”, me repite otra vez un chiste que me ha hecho mil veces, que mientras me hace una pequeña señal de la cruz en la frente, me dice “Dios lo bendiga mijito”.
Mi madre cada vez que veía al abuelo le decía, “la bendición tatita”, cuando yo me empecé a dar cuenta de esa ceremonia que ellos dos tenían, también me quise sentir parte y desde ahí en adelante comencé a pedírselo de la misma manera.
A la visita del abuelo, muchas veces le sigue la del Tío Carlitos, me llegan los rezongos de la abuela Juana, la bicicleta del Negro, la quinta, las gallinas, el perro atado junto a la entrada…
Así una atrás de otras se me aparecen las personas que han sido o son importantes en mi vida, a los que siguen vivos trato de llamarlos o comunicarme con ellos lo antes posible, a los que ya no están, trato de extenderles la visita y hurgar en los alrededores de los recuerdos que me traen, para disfrutarlos mas, para que no se vayan.
Hay gente que llora y se martiriza cuando recuerda a sus familiares muertos, yo por el contrario me apuro a darles la bienvenida, a abrazarlos espiritualmente, a recordar todas las cosas alegres y positivas que me dejaron, todo esto va a que yo soy un convencido de que nadie muere o desaparece, sino que dejan de pertenecer a la vida diaria y pasan a ser parte de otra dimensión donde se mantienen como nosotros los recordemos.
Por eso yo disfruto de mis visitas, porque creo que mientras alguien se acuerda de alguien, lo mantiene vivo y vigente, creo y estoy convencido que solo muere aquel que nunca mas es recordado.
Hoy temprano, muy de madrugada, estando solo y tomando mate en la cocina, tuve la visita de la abuela Petrona y el abuelo Aniceto, que sentado junto al brasero contaba que le habían regalado una yegua que se llamaba Soberbia y que la iba a prender del carro, para ir a Montevideo a visitar a los muchachos.
Fui al cajon de mis fotos viejas y los busque, hasta que los encontre.
Mi abuelo,Don Aniceto Pintos y mi abuela, Petrona Trezza de Pintos en su primera y unica visita a una playa, circa 1953.-El Tordillo
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