
Los callejones de caminos de tropas apretados por ambos lados por los alambrados, se estiran cortando campo, los pastos llegan hasta la cintura, en algunas partes los bajos y los humedales tienen huellas anchas y profundas que marcan el lugar donde se han empantanado otros antes que nosotros. Pero eso no es obstáculo, mi Padre es baquianazo para encontrar el lado seco y firme, a veces se apea y camina unos metros explorando las huellas, otras sienta a unos de los gurises en el guardabarros, para que vayamos aprendiendo, pero eso es cuando el ya sabe el rumbo. Ahí haciendo de vigías nos sentimos importantes y parte de la aventura.
Hace rato que salimos de El Tornero, el norte llama, pasando el paso de los negros, una apertura de los alambrados, a la derecha nos lleva a uno de esos callejones, donde después de internarnos por kilómetros, vamos a encontrar unos bajos, lejos de los ojos de los patrones del campo, pasto corto y bien verde, rocas que cobijan lagartos y víboras, y yuyales que se ven sabrosos para los bichos, mas abajo un hilo de agua se achata y se extiende entre el pastizal creando un oasis de actividad para pájaros y bichos de cuatro patas. Avestruces, teru teros, garzas, nutrias, gallinetas y tortugas, nos llenan los ojos de vida y alegria.

De repente un grito nos manda parar, ¿para que hacer daño? Ya tenemos las que podemos comer y una o dos extras para llevar para las casas. Mi padre, criado a monte y campo nos enseña a respetar la tierra y sus frutos, cazar o pescar lo que se come, el resto hay que dejarlo en el campo o en el río, que se críe, que se reproduzca, que engorde…que nosotros o nuestros hijos, ya vamos a volver.

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