Wednesday, July 29, 2009

Tropero.-

Hacía más de 40 días que andaba en la huella, la tropa que había sacado de los pagos de los Cuadros, allá cerca del Salsipuedes, la había dejado en la tablada de Montevideo, volviendo solo y al tranco rumbo a su rancho. 

El camino se volvía cada vez más largo, cada nuevo conchabo que conseguía, lo llevaba a pensar que ya era hora de buscar algo estable, de quedarse cerca de las casas para cuidar a su mujercita y acompañarla, de asegurarse de que juntos los dos se hicieran una nueva vida. 

Pero esto era lo único que sabía hacer, desde crío que andaba tropeando, era reconocido en la zona como buen hombre y responsable con los animales y los dineros de otros, por eso cuando buscaba otro tipo de trabajo para poder afincarse, le decían… “troperos como Ud. hay pocos, pa’que va’ cambiar”.  

Pero él seguía con esa espina de que la dejaba sola, expuesta a todos los hombres del pago, que la codiciaban, que se acercaban al rancho cuando él no estaba… así pasaban los kilómetros y las horas, se iba consumiendo los paisajes de campo y cavilando, midiendo sus quereres y examinando sus poderes. 

Desde el borde del último monte alcanzo a ver su rancho, que como una avestruz sacudiendo sus alas en medio de la soledad, estiraba sus techos de paja quinchada hasta casi tocar el suelo, no se veía nadie en los patios, la yegua vieja no estaba atada al palenque o suelta en el corral, las gallinas recorrían campo, lejos de las casas, como buscando grano que allá no había… le extraño no ver humo.

Angustiado, apuro el paso, instintivamente acomodo el talero en su mano izquierda, con la derecha extrajo el facón de la vaina y lo paso por la caña de la bota como limpiándolo o chairandolo y lo envaino otra vez, siempre había dicho que si algo le pasaba a su “mujercita”, a talero y cuchillo iba a pasar cuentas.

Desde la tranquera pego un grito en forma de saludo, se apeo de un salto y atropello para las puertas del rancho, que vacio, tenia señas de estar solo por varios días. 

Volvió a montar y salió a galope tendido rumbo a un lugar donde a él se le ocurría que iba a encontrar al cuervo que se le había metido en su nido y escapado con su tesoro. 

Cabalgo más de dos leguas, vio un techo a lo lejos, humo, movimiento… cuando se bajo del zaino, enfilo para el galpón, talero y facón en mano, un muchachón sentado de espaldas a la puerta tomaba mate sentado al lado de un brasero… le pego el grito. “parate maula que te via a’churar, como te mereces” el joven se empezo a parar tranquilo, sin apuro, sin miedo… 

Por la puerta del galpón a las carreras entra la “mujercita”, se planta entre los dos y dice.... “baje las armas, Tata, cuando mi mama murió me dijo que si encontraba un hombre que me quisiera y fuera de bien, no tuviera miedo d’irme con él, como ella se jue con usté. Este es Gervasio, tropero, alambrador y padre del hijo que llevo en la pansa, yo ya pasé los 18, Gervasio no me robó, yo me vine sola en la yegua vieja” 

El tropero tiro el facón y el talero para un rincón, sobre unos cojinillos, besó y abrazó a su hija, estrechó la mano de Gervasio, se sentó junto al brasero y con lágrimas de alegría en las mejillas, pidió un mate. 

El Tordillo

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