“Chiquito” era como un felpudo, siempre se echaba en la puerta del Tango Bar, como para que los parroquianos se limpiaran los zapatos antes de entrar.
Día y noche si la puerta estaba abierta, el estaba de guardia o quizás de portero para dar la bienvenida.
Su otra tarea era la de acompañar a los que se iban a pescar y usaban el bar como punto de partida.
Rodó abajo, rumbo a la calzada, es decir mas bien rumbo a la laguna del Medio, van el Viejo Neves y Arroqui, el perro inquieto los vio preparar un sucu-sucu de tres de vino y dos de coca, cuatro chorizos secos, un pedazo de asado frío que había sobrado de la noche anterior, la bolsa de los aparejos y demás cacharpas de pesca.
Como loco el cusco da vueltas frente al mostrador donde mi Viejo apoyado en la caja lo mira y se divierte sin darle permiso para que se vaya con los viejos.
El, sabedor, va y viene hasta la vereda mira hacia donde se dirigen sus amigos, vuelve a saltar y rasguña las baldosas pidiendo permiso, hasta que mi Padre benévolo le hace la seña de que se puede ir.
Las patitas de foster chico derrapan en el piso, salta hacia la vereda y a todo lo que da sale para el rumbo ansiado. Cuando los alcanza casi llegando a la escuela, los viejos le dicen que se vuelva para atrás, que no lo llevan, el les da vuelta alrededor les araña las bolsas, se acurruca, salta, da otra vuelta, así lo llevan a cuento hasta la cancha de Nacional y sin rendirse parece que quiere explicarles que el viejo Pintos le ha dado permiso.
Arroqui lo mira con cariño y dice, “Que perro cargoso… ta’bien vamos”. Es una sola carrera hasta el medio mismo de la calzada, donde los espera como ansioso de que se alejen de las casas y que ya no cambien de opinión.
Cada vez que veía esa escena, me acordaba de cuando el Abuelo Aniceto se preparaba para las pescas en el Paso de Doña Pepa, cuando yo, con cinco o seis años era como el Chiquito.
El Tordillo
No comments:
Post a Comment