
Aquí estoy, en una silla en medio de la laguna, una botella de sucu-sucu flota alrededor mío y se mantiene fresca, las mojarras me picotean los pies, la sombra espesa de los árboles me cobija de un sol picante que hace brillar los camalotes y el lomo de las tarariras que duermen a flor de agua. Tengo una caña tirada, con boya grande pero sin carnada, para que nada interrumpa mi tranquilidad y el estado de meditación en que me encuentro.
El paisaje bucólico se apodera de mí, ya escucho todos los ruidos y melodías del monte, una gallineta lejana me llama por mi nombre, un picapalo que no llego a ver manda un mensaje en Morse, las hojas de los árboles hacen un ruido parecido al de la mañana de Navidad, cuando los papeles y envoltorios de los regalos se tiran a un rincón.
Por un claro del monte llego a divisar unas cuantas vacas que con sus terneros, se cobijaron a la sombra de un aromo y la distante colina parece estar al alcance de mi mano, una mulita inexistente se pasea a la orilla de un alambrado y me hace señas para que la corra entre las piedras, el zaino estrellado de Don Magole, se acerca a la laguna y el hombre deja tirado en sus orillas un ganso de campo, grande, blanco, carnudo, muerto.

El sucu sucu, va mermando, la boya por suerte ni se mueve, de una bolsa saco un puñado de dulces macachines…suena el teléfono y se termina mi turismo, aquí estoy sentado en mi escritorio, lapicera en mano, la cachetada que me da la realidad me despierta con una triste sonrisa.
El Tordillo
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