Hoy temprano, aprovechando los primeros soles primaverales, me senté frente al lago Ontario a leer un libro y disfrutar de la brillantez del día. Pasaba gente en bicicleta, en patines, corriendo o simplemente lenta y pausadamente disfrutando el paisaje del lugar.
A la distancia, escucho un cántico repetitivo, que se ha vuelto común en la zona, unos 30 soldados vestidos con equipo completo de guerra, vienen a paso de marcha intensa por el camino situado entre el parque y el lago, al frente el sargento da las ordenes.
Los casco de camuflajes le caen pesadamente sobre las orejas, el uniforme de fajina los hace ver grandes y fuertes, granadas de mano cuelgan de las cartucheras y cintos, junto a la cantimplora, un arma corta asoma su trompa, las mochilas grandes y sobrecargadas, parecen acarrear todos los pecados del mundo, las tétricas botas son cómodos féretros de medida, las ametralladoras amenazantes se zarandean al ritmo del trote.
La cara más vieja de estos soldados demuestra que todavía no han llegado a los veinte años por lo tanto, no son lo suficientemente adultos como para tomar alcohol o comprar tabaco legalmente, pero, ya se les considera hombres para ir a morir a la guerra.
Los miro con tristeza mientras se entrenan para una olimpiada de terror y muerte, de la cual el único premio, generalmente es un cajón tapado con una bandera y una cruz de piedra en la cabecera.
Ellos siguen su marcha, absortos en sus cánticos, todos duritos y mirando al frente…
Yo sentado en ese banco, quiero decirles que hagan alto, atarlos con las túnicas de Mahatma Gandhi, posarles golondrinas de Becker sobre el casco, cachetearlos con un libro de poemas de Neruda, poner una nariz de payaso en la punta de las ametralladoras, cantarles Imagine de John Lennon, decirles que no se dejen llevar por ese camino que termina en oscuridad y soledad para todas las partes.
Ellos no escuchan, el mundo tampoco, a mí sentado en ese banco, ahora totalmente solo y desolado, se me cae una lágrima, por ellos, por mí, por nuestro mundo. Hoy temprano, llore como Pablo.
El Tordillo
A la distancia, escucho un cántico repetitivo, que se ha vuelto común en la zona, unos 30 soldados vestidos con equipo completo de guerra, vienen a paso de marcha intensa por el camino situado entre el parque y el lago, al frente el sargento da las ordenes.
Los casco de camuflajes le caen pesadamente sobre las orejas, el uniforme de fajina los hace ver grandes y fuertes, granadas de mano cuelgan de las cartucheras y cintos, junto a la cantimplora, un arma corta asoma su trompa, las mochilas grandes y sobrecargadas, parecen acarrear todos los pecados del mundo, las tétricas botas son cómodos féretros de medida, las ametralladoras amenazantes se zarandean al ritmo del trote.
La cara más vieja de estos soldados demuestra que todavía no han llegado a los veinte años por lo tanto, no son lo suficientemente adultos como para tomar alcohol o comprar tabaco legalmente, pero, ya se les considera hombres para ir a morir a la guerra.
Los miro con tristeza mientras se entrenan para una olimpiada de terror y muerte, de la cual el único premio, generalmente es un cajón tapado con una bandera y una cruz de piedra en la cabecera.
Ellos siguen su marcha, absortos en sus cánticos, todos duritos y mirando al frente…
Yo sentado en ese banco, quiero decirles que hagan alto, atarlos con las túnicas de Mahatma Gandhi, posarles golondrinas de Becker sobre el casco, cachetearlos con un libro de poemas de Neruda, poner una nariz de payaso en la punta de las ametralladoras, cantarles Imagine de John Lennon, decirles que no se dejen llevar por ese camino que termina en oscuridad y soledad para todas las partes.
Ellos no escuchan, el mundo tampoco, a mí sentado en ese banco, ahora totalmente solo y desolado, se me cae una lágrima, por ellos, por mí, por nuestro mundo. Hoy temprano, llore como Pablo.
El Tordillo
"Yo sentado en ese banco, quiero decirles que hagan alto, atarlos con las túnicas de Mahatma Gandhi, posarles golondrinas de Becker sobre el casco, cachetearlos con un libro de poemas de Neruda, poner una nariz de payaso en la punta de las ametralladoras, cantarles Imagine de John Lennon, decirles que no se dejen llevar por ese camino que termina en oscuridad y soledad para todas las parte"
ReplyDeleteSin palabras... me encanto
Un abrazo
Ah... la vida y sus ciclos. Me encantó ver el contraste entre el ímpetu y la reflexión.
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