Thursday, March 26, 2009

Historias cortitas/ En el Arroyo Timote.-


En el arroyo Timote.-

Por muchas razones, se había vuelto recomendable, el que Tato y yo desapareciéramos por un tiempito, de los lugares que solíamos frecuentar y principalmente de la facultad.
Un compañero nos tiro unos pesos y recomendó que nos fuéramos para Buenos Aires o a Paraguay, en cuanto se viera el desarrollo de las cosas nos llamarían para volver.
Tato nunca había salido mas allá del Parque Capurro y tenia mucho miedo, yo conocedor del campo y baqueano en el monte, pensé que lo mejor era salir a lo matrero y ganarse monte adentro, donde estaba cerca de Montevideo y sin fronteras,donde yo sabia como mantenerme seguro y alimentado.
A eso de las 2 de la tarde, sentados sobre nuestras cacharpas, parecíamos turistas mochileros, esperando frente al Bar Pitin, prontos para subirnos a una Cita que nos llevaría rumbo a Sarandi del Yi, las cartas ya estaban echadas, Tato dependería de mi y yo de todo lo que había aprendido en los alrededores de mi Florida natal.
A casi tres horas de haber partido de Montevideo, en un ómnibus que paraba en todas las esquinas, sin aviso, me paro, despierto al Tato y le pido al chofer si nos puede parar por ahí. El hombre nos mira como diciendo ¿y que van a hacer por aquí, en medio de la nada?...”Mi padre siempre me dice que en este arroyo hay buena pesca, así que vamos a tirar unas lanceadas y mañana seguimos” le dije como respondiendo a la pregunta nunca hecha.
Nos metimos en el campo, y buscamos para la primera noche, el abrigo de las ruinas del saladero, el arroyo Timote y su espeso monte nativo, se extendían a pocos pasos y me hacían sentir seguro. Como jugando a los matreros, hicimos fuego chico y casi escondido, ahí tiramos en un rincón de tapera, nuestros miedos e incertidumbres hasta la madrugada.
El Tato, parecía un perro recién soltado de la cadena, estaba al aire libre y el miedo se le había pasado, yo más cauto, crucé el arroyo para el lado sur, “enterré” las cosas que podían ser comprometedoras y deje para el uso, lo que cualquier cazador usaba en la zona, en una época en que se podía cazar sin permiso y sin ser acosado.
De todas maneras, busque un lugar para acampar, que nos diera cobijo de ojos curiosos, pero a la vez no muy lejos del puente y la carretera para poder mantener noción del movimiento de los alrededores. Nosotros de lado norte del agua y el “entierro” del lado sur, en una cueva natural que formaba el monte bajo de talitas y coronillas, lejos y escondido, pero cerca y a mano…por las dudas.
Pasaron los días y todo era paz y tranquilidad, tiraba los improvisados aparejos, revisaba las cimbras que arme cerca de las ruinas, caminaba agazapado por las orillas del monte cazando mulitas…el Tato me seguía como el Chiquito a Papa. Para el todo era nuevo y hasta divertido.
Una madrugada, un ruido extraño me despierta abruptamente, sacudo al compañero, lo apuro a meternos monte adentro. Tres camiones del ejercito estaban al norte del puente, un batallón de soldados se bajaba en atropellada, corrimos rumbo al agua, a los saltos cruzamos el arroyo para el lado mas espeso del monte, para tener el entierro cerca y una retaguardia de monte oscuro y casi impenetrable, ese al que se va empujado por la sobrevivencia, pero no en persecución.
A los pocos minutos, agazapados, asustados, escondidos y hasta rezando a San Cono, siento varios disparos de Mauser, Tato quiere correr, yo también, pero mi padre me decía al oído…
”acá esta mas seguro, acá no te ven, y el campamento todavía no lo encontraron”…
Le pegue un sopapo al miedo y nos quedamos como perdiz en los rastrojos, ellos meta tiro, una y otra vez, nosotros quietos, pasa un tiempo que pareció horas, los ruidos que venían del monte norte se apagan de a poco.
Llega la calma, me aventuro a salir para estudiar nuestra posición y ver como se estaba desarrollando la cosa…pegadito al piso llego hasta el borde de un claro desde donde se ve la carretera.
Arriba del puente los soldados entre gritos y festejos, cargaban cuatro capinchos.

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