El Asalto
Yo era muy gurí, pero todavía me acuerdo y a solas me brotan las sonrisas…
¡Vamos al asalto! La tía Sofía entrando por la estrecha puerta de la casa de mi abuela, lo gritaba con alegría, con autoridad, con esa firmeza que implica que no es una simple expresión, sino que es la orden para que se empezaran a emperifollar o disfrazarse. Ella se iba “p’al asalto”, y todos tenían la obligación de seguirla.
La tía Sofia Trezza de Senatre, hacia tiempo que había pisado los 60 y su viudez se la tomaba como algo totalmente normal, hasta diría como algo así como una bendición.
Mi abuela, Petrona Trezza de Pintos, más o menos de la misma edad, con un montón de hijos, hijas y nietos, parecía que había escuchado la voz de mando para salir al ataque. Miraba al abuelo Aniceto como pidiendo permiso y salía a buscar algo para disfrazarse.
El carnaval había llegado al barrio y como todos los años, había asalto en la carpintería de Julio Sarla.
Si, allí en el patio de tierra al frente del galpón se iban a reunir todas las mascaritas para un baile que era como la misa de gallos, nadie se lo perdía. Los carros y los charres traían a parientes y amigos desde Candil, Berrondo, La Macana y hasta venia gente de Cardal y Villa Vieja.
En el alambrado de enfrente a la carpintería, ataban los caballos los paisanos que venían de lejos y con pesos en el cinto para el vino y la cerveza, muchos de ellos ya dejaban cerca del caballo, sobre los pastos el pocho y el recado prontos para cama, porque sabían que la madrugada los encontraría "heridos" y cansados y que ahi acamparían antes de empezar la vuelta. Algunos antes de ir al baile se acodaban un rato en el boliche de Corbo o el de Cono de Luca, un poco mas abajo.
Mas que una fiesta de carnaval, era al rencuentro con gente que solo aparecía por la Cuchilla Santarcieri la noche del "asalto de Sarla".
Nosotros, los gurises del barrio, nos mezclábamos con los de todos lados, pero como éramos los locatarios, nos arrimabamos a todas las mesas y comiamos y tomabamos todo los que nos ofrecian los visitantes. Despues llenos y de panza dura jugabamos con los gurises que venian de lejos. Siempre les ganábamos a las escondidas, ya que baquianos del lugar, conocíamos el lugar como la palma de la mano.
Las viejas y viejos disfrazados retozaban como potrillos, los músicos tocaban toda la noche, sin descanso, se abrían paquetes de comida sobre las mesas, el vino y la cerveza en botellas corrían libremente, algunos de los mas jóvenes buscaban la forma de llevarse a su pareja para el monte de eucaliptos del campo del viejo Luca, otros mas tímidos, se iban para el lado de los trasparentes que separaban al patio de la calle y hacían mas señas que un ahogado, tratando de convencer a alguna para que se acercara a conversar.
Para nosotros era un mundo de fantasía donde las mascaritas y los bailarines saltaban y festejaban como si ellos fueran los niños, al compás de una orquesta del pueblo que tocaba marchas, tangos, milongas y muchas canciones italianas entreveradas con un barullo implacable de batería y acordeón piano.
A la hora del ordeñe se empezaban a ir poco a poco, como sin ganas, unos a los charres otros a los tractores, sacudiendo la noche con un saludo que sin palabras decía “hasta el año que viene, nos vemos... ”
La tía Sofía y mi abuela Petrona, caminaban lentamente el corto trecho hacia las casas, lenta,
muy lentamente…
como estirándolo…,
porque al llegar a la puerta se les terminaba el asalto y había que sacarse la careta para que otra vez empezaran a pesar lo 60 y pico.
El Tordillo
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