La vuelta
El Funebrero García, se toma una parado cerca de la registradora del Tango Bar, donde el Japonés se apoya, mientras con gestos asiente o disiente con los cuentos que le están haciendo, y donde de seguro, hay mucho de muertos, nichos y cajones. En una mesa junto a una ventana que da a Saravia, el viejo Arroqui se trenza con Patricia mientras a besos la consume como si fuera la mujer de su vida, no solo una fresca cerveza, que calma su sed de silencio y soledad.
El “chiquito” , perro muy mimoso de los parroquianos y que parece que vigila al Japonés, para que no meta los dedos en la burra, se pasea de pierna en pierna, las identifica para asegurarse que todas pertenecen al lugar y después tranquilo, se vuelve a echar en el único lugar desde donde puede ver la puerta y la caja.
Al rato aparece Don Neves, como siempre entre apurado y nervioso, lleva una mochila en la que se notan muchos años de pescas y andanzas, una caña y un mojarrero,
Con pocas palabras invita a Arroqui a salir para la costa a tentar la suerte, este sin decir nada, se para, saca una bolsa de arpillera de atrás del mostrador, pide una de cinco de tinto y enfila para la puerta listo y decidido.
El perro que conoce esta rutina, empieza a saltar y colgándose de los dobladillos del viejo, le pide que lo lleve. Y ahí salen Rodó abajo, 2 hombres, un perro y cinco litros.
Yo, recién llegado, después de mas de 8 años de exilio, sentado solo en el fondo del salón, me bebo con ansias ese vaso de la vida diaria de la gente de mi pueblo, me regocijo con la simplicidad de la vida, mientras me lamento de no ser pintor, para poder llevar la imagen a la inmortalidad del lienzo.
El Tordillo
El Funebrero García, se toma una parado cerca de la registradora del Tango Bar, donde el Japonés se apoya, mientras con gestos asiente o disiente con los cuentos que le están haciendo, y donde de seguro, hay mucho de muertos, nichos y cajones. En una mesa junto a una ventana que da a Saravia, el viejo Arroqui se trenza con Patricia mientras a besos la consume como si fuera la mujer de su vida, no solo una fresca cerveza, que calma su sed de silencio y soledad.
El “chiquito” , perro muy mimoso de los parroquianos y que parece que vigila al Japonés, para que no meta los dedos en la burra, se pasea de pierna en pierna, las identifica para asegurarse que todas pertenecen al lugar y después tranquilo, se vuelve a echar en el único lugar desde donde puede ver la puerta y la caja.
Al rato aparece Don Neves, como siempre entre apurado y nervioso, lleva una mochila en la que se notan muchos años de pescas y andanzas, una caña y un mojarrero,
Con pocas palabras invita a Arroqui a salir para la costa a tentar la suerte, este sin decir nada, se para, saca una bolsa de arpillera de atrás del mostrador, pide una de cinco de tinto y enfila para la puerta listo y decidido.
El perro que conoce esta rutina, empieza a saltar y colgándose de los dobladillos del viejo, le pide que lo lleve. Y ahí salen Rodó abajo, 2 hombres, un perro y cinco litros.
Yo, recién llegado, después de mas de 8 años de exilio, sentado solo en el fondo del salón, me bebo con ansias ese vaso de la vida diaria de la gente de mi pueblo, me regocijo con la simplicidad de la vida, mientras me lamento de no ser pintor, para poder llevar la imagen a la inmortalidad del lienzo.
El Tordillo
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