Monday, February 23, 2009

Historias Cortitas/ El campo del viejo Deluca.-

El campo del Viejo Deluca 

Si vos no conoces la Cuchilla Santarcieri, no solo que no vas a poder llegar a mis recuerdos, sino que tampoco vas a poder entenderlos, de la misma manera que el que nunca subió al 28 no sabe lo que son los tranvías.

Hay cosas en este mundo que valen mas por lo que representan que por lo que realmente son; Por ejemplo, el campo de Don Domingo Deluca no era mas que un pedazo de tierra con un galpón de terrón y quincha, un tajamar casi siempre tirando a seco y una casa en un rincón, contra la calle, donde decían que la hija iba a vivir, al casarse después de no se cuantos años de noviazgo.
 

Para mi el campo era un almacigo de macachines, un plantío de bostas para usar en la guerrillas contra mi primo Carlitos, el Tacho y el Julio Menjou, el galpón un buen lugar para esconderse con Marquitos Garin mientras les tocábamos el culo y las tetas que no tenían, a las gurisas del barrio que podíamos convencer para jugar a la escondida. 

El Tajamar casi seco y la cañada eran un criadero gigante de renacuajos y mojarritas, donde los cazábamos o pescábamos como si fueran pejereyes en la escollera, pero mas que nada el campo era el lugar de acceso a todas las casas que se encontraban en el callejón, desde el almacén de Corbo, hasta la ultima pegada al alambrado que lo cerraba, allá arriba, pasando las casas de las viejas Moreira. 

 El campo del viejo Deluca era así, el lugar de ataque hacia esos fondos desamparados, llenos de granadas, nísperos, peras, parras cargadas de uvas, higos de tuna y todo tipo de frutas, las cuales comíamos hasta empalagarnos, o hasta que nos viera el dueño de casa. 

Habra mil campos como ese, quizás hoy los hayan vendido en solares de 10 por 20 para asiento de ranchos con techo de dolmenit, pero en realidad el campo del viejo Deluca que yo conocí y disfruté, nunca va a cambiar y Don Domingo nunca lo va a poder vender, porque ese campo ya no tiene dimension física, sino que es un recuerdo grato de una niñez feliz, envuelto en diabluras y aventuras, guardado en un cofre cerrado con un candado de anécdotas y sonrisas.

El Tordillo

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